Historia
Carlos IV, el cazador empedernido
La afición por la caza del monarca español llegó a ser una adicción de tal magnitud que se despreocupó constantemente de sus obligaciones de estado.
Carlos Antonio Pascual Francisco Javier Juan Nepomuceno José Januario Serafín Diego de Borbón fue el nombre con que se bautizó al hombre que reinaría en España desde 1788 hasta 1808 y que fue conocido como Carlos IV.
Hijo del rey Carlos III y su mujer María Amalaia de Sajonia, nació el 11 de noviembre de 1748 en el napolitano palacio de Portici. Tuvo 12 hermanos de los cuales solo 6 llegaron a la edad adulta. Su hermano mayor Felipe Antonio fue excluido de la sucesión al trono debido a su condición de deficiente mental por lo que fue Carlos IV el heredero de la corona siendo nombrado Príncipe de Asturias a la edad de 12 años y recibiendo en España la educación que se estilaba en la época.
El príncipe fue instruido en historia y política y aprendió francés e italiano. Tenía cierta sensibilidad con el arte siendo un gran amante de la música y un gran bibliófilo, pero hubo una afición que le encandiló por completo: la caza. A los 12 años aprendió a cazar con su padre, Carlos III, quién ya vio buenas maneras en él como cazador y se mostraba orgulloso de la faceta de su hijo. Dada su posición en la realeza, no solo hacía uso de las mejores armas de la época, sino que además mandaba a los armeros acondicionar los arcabuces a sus propias características. Así, el entonces todavía príncipe decidía la longitud que debía tener el cañón, la disposición del arma o los calibres a usar. No obstante, en cierta ocasión, tal y como cuenta el escritor Carlos Rojas en su libro “La vida y la época de Carlos IV”, el joven príncipe disparó sobre mil ciervos que se encontraban encerrados en su redil hecho que le produjo la dura reprimenda de su padre el rey con lo que la lección quedó aprendida y no volvería a repetir tan indecorosa acción.
A la edad de diecisiete años contrajo matrimonio con su prima la Infanta María Luisa Teresa de Borbón quien, en un periodo de veintitrés años, dio a luz a trece hijos y tuvo unos diez abortos. En una época con la situación política muy agitada la presión por tener descendencia masculina aumentaba con el paso de los años y es que la pareja no logró tener descendencia masculina que sobreviviera a los primeros años de vida hasta 1784, año en que nació Fernando, que pasaría a relevar a su padre como monarca español con el nombre de Fernando VII.
Las duras situaciones familiares no apartaron al monarca de su pasión por la caza. En 1783 la reina dio a luz a dos gemelos varones y cuando al poco de cumplir el año de vida uno de ellos estaba agonizando el rey Carlos IV decidió irse de caza y para cuando regresó su hijo había ya fallecido. Del mismo modo se ausentó al morir su nuera. Era tal la adicción por la caza de este rey que los datos son asombrosos: durante 1799 y 1800 cazó absolutamente todos los días del año incluso dos veces al día muchos de ellos. Pero el resto de años tan solo se ausentó de salir a cazar en contadísimas ocasiones, como en 1790 y 1791 donde solo faltó a su afición seis días. El monarca recorría el país buscando los mejores cazaderos y lo hacía desplazando con él a cientos de hombres además de caballos y coches. Además de la pertinente guardia, le acompañaban en sus cacerías ojeadores, armeros, caballerizos, los invitados pertinentes, el médico y el cirujano. Cacerías de todo lujo.
Su afición no tenía fin y ni siquiera las enfermedades o la meteorología reprimían sus ganas de cazar. En 1801 sufrió una angina de pecho que estuvo a punto de arrebatarle la vida, pero tan solo once días después ya se encontraba cazando de nuevo. De hecho, el monarca tenía la creencia de que el ejercicio de la caza le mantendría no solo con una buena forma física sino también con buena salud mental. De hecho, en los retratos que a día de hoy podemos observar de Carlos IV se aprecia a un hombre fornido con cara de bonachón. La constante práctica de la caza le otorgó fuerza física y esa complexión robusta. De hecho, era común en el rey exhibir su fuerza haciendo demostraciones en la corte enfrentándose a luchas con sus criados.
Al igual que hizo su padre con él, Carlos IV quiso inculcar a su hijo Fernando la afición por la caza, pero la delicada salud del príncipe además de su repulsa a tal actividad acabó con tal propósito.
Tal dedicación a la práctica cinegética hacía imposible que el rey manejara adecuadamente los asuntos de estado y delegó constantemente en su propia mujer María Luisa y en su hombre de confianza Manuel Godoy a quien otorgó tal poder que en la práctica era quien gobernaba el imperio.
Ya en 1808 la situación política era muy convulsa y preocupante. Napoleón creyó llegado el momento de imponer sus planes y sus tropas comenzaron a penetrar en la península. El descontento popular condujo al motín de Aranjuez que terminó con el poder de Godoy y arrastró al monarca Carlos IV a abdicar en favor de su hijo Fernando y le precipitó al exilio a Bayona donde abdicó nuevamente pero ahora en favor de Napoleón. Durante su destierro en Francia, Carlos IV no abandonó su afición por la caza y tampoco lo hizo en Roma donde continuó su exilio. El escritor Luis González Santos en su libro “Godoy” cuenta que al ir a visitar a su hermano Fernando en Nápoles, a Carlos IV le llegó la enfermedad con un fuerte ataque de gota e hizo avisar a su hermano que se encontraba cazando. Éste, al igual que hizo el propio Carlos IV años atrás cuando uno de sus hijos agonizaba hizo caso omiso del llamamiento de su hermano y siguió cazando argumentando que nada podía hacerse si moría, y si se curaba, se agradaría de llegar con abundante caza.
Así, Carlos IV ha sido recordado por muchos con el sobrenombre de “el Cazador”.