Reportaje

Psiquiatría psicodélica: ¿la puerta a la cura de la depresión?

Varios ensayos clínicos demuestran los sorprendentes efectos positivos de drogas alucinógenas y cómo éxtasis, LSD o psilobicina revierten esta enfermedad de forma inmediata y con una sola dosis

Nuevas terapias de psiquiatria psicodélica
Nuevas terapias de psiquiatria psicodélicaDREAMSTIMEDREAMSTIME

LSD, éxtasis (MDMA), hongos mágicos (psilobicina), ayahuasca (DMT), sapo bufo (OH-DMT), ketamina... Todas son drogas psicodélicas, pero tienen algo más en común: más allá de su uso «recreativo» la ciencia está demostrando sus sorprendentes efectos beneficiosos para tratar algunas enfermedades psiquiátricas como la depresión mayor, la ansiedad generalizada o el trastorno de estrés postraumático.

Aunque estas sustancias alucinógenas –que se caracterizan, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), por su capacidad de producir distorsiones en las sensaciones y alterar marcadamente el estado de ánimo y los procesos de pensamiento– se vienen estudiando en clínica desde hace varias décadas, es en estos últimos años en los que se está empezando a atisbar su verdadero potencial.

Ensayos en marcha

Aquí en España, sin ir más lejos, en el Hospital del Mar, en Barcelona, llevan más de diez años investigando en ello y con resultados prometedores. Empezaron con la ketamina y ahora lo están haciendo con otras sustancias, como la psilocibina en depresión mayor, de la que el año pasado publicaron los resultados de este trabajo fase 2 en «NEJM» en el que participaron con 9 pacientes. «En el mismo se comparaban tres dosis: una de placebo, una de 10 mg de psilocibina, que fue eficaz, y otra de 25 mg, que fue la que mostró más eficacia que las otras dos. También sirvió para ver que la sustancia tiene tolerancia y los efectos secundarios psicodélicos de la misma fueron relativamente bien tolerados», cuenta Víctor Pérez, jefe del Servicio de Psiquiatría del hospital barcelonés.

La fase 3 con psilocibina no la han iniciado aún (están en fase de reclutamiento de pacientes y en el mismo participan varios hospitales españoles), pero ahora están estudiando con otros dos compuestos psicodélicos: la dimetil triptamina (DMT), que está en la ayahuasca; y OH-DMT presente en la piel del sapo bufo, ambos en depresión resistente, y en ensayo clínico fase 2.

«Lo que llama más la atención es que con una sola dosis los pacientes permanecen bien semanas y meses y su efecto es inmediato, a las tres horas», destaca Pérez. El perfil del paciente que puede beneficiarse de este tipo de abordaje es aquel con depresión mayor grave y resistente al tratamiento que no responde a los fármacos habituales y en el que al menos tres hayan fracasado.

Un ejemplo de su éxito es Anxo Lugilde, quien se ha sometido por dos veces a este tipo de terapia en el Hospital del Mar. «La psiquiatría psicodélica me ha vuelto a curar. En 2019 fue con psilocibina, de las setas mágicas, y en 2024, con DMT, del sapo bufo. Fue un viaje terrible. Diez minutos de pánico, mientras en mi cerebro había la reacción química que me quitó los síntomas», comenta en redes sociales. «Esta vez ha sido todo algo distinto –continúa– pero sí, he tenido apoyos extraordinarios y el equipo médico es formidable». Ahora, cuenta a A TU SALUD, está consolidando esa recuperación y por eso una vez que ha conseguido «salir del pozo» no quiere exponerse mucho.

¿Cómo funcionan?

Pero, ¿cómo funcionan estos fármacos psicodélicos? «Esa es la pregunta del millón. Los antidepresivos, necesitan semanas para hacer efecto y si paran recaen. Estos aumentan la serotonina y con ello la tolerancia al estrés, –responde Pérez–. En estos medicamentos clásicos el efecto se produce sobre los núcleos de la base, los otros a nivel cortical. Con los psicodélicos es totalmente diferente y lo que se produce es una especie de “reseteado”, muy relacionado con la psicodelia, y cuanto más efecto psicodélico, más efecto antidepresivo. Los enfermos lo explican como una experiencia trascendental y, a partir de ahí, se produce una mejoría inmediata», cuenta el experto.

Marina Díaz Marsá, vicepresidenta de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (Sepsm), no duda en calificar esta como «un área en auge, prometedora e ilusionante», si bien puntualiza «tenemos que ser prudentes. El mal uso puede tener riesgos». Y es que, otra diferencia con otros fármacos tradicionales es que su administración debe ir acompañada de control muy estricto seguimiento psicoterapéutico.

«Tienen un potencial adictivo, eso así –advierte Pérez–. Aunque menos que el tabaco o cocaína. Cuando el paciente se toma una dosis tiene experiencia psicodélica alucinaciones visuales, algunos paranoia y otros experiencias espirituales disociativas. Para evitar que no haya riesgos de que se produzcan psicosis durante días, o semanas, es muy importante que se haga siempre bajo control y que podamos inducir las experiencias que va a tener, a fin de que sepan a lo que se van a exponer y así hay menos riesgos de efectos secundarios y se evita un mal viaje», explica.

El mecanismo de acción de estas sustancias produce un "reseteado" del cerebro

Precisamente, sobre la forma en la que actúan algunas de estas sustancias en el cerebro aporta luz un estudio publicado en verano del año pasado en «Nature Neuroscience» y en el que participó el Instituto de Biomedicina de Valencia (IBV), del CSIC. En concreto la psilocibina o el LSD. Así, su principal conclusión es que los efectos positivos de las drogas psicodélicas, (como la plasticidad neuronal), y los negativos (las alucinaciones), están causados por receptores diferentes en el cerebro y, por tanto, se pueden separar.

«El estudio demuestra en ratones que los efectos positivos de las drogas psicodélicas se consiguen a través de la unión al receptor TrkB, factor clave para la plasticidad y el desarrollo del sistema nervioso, y lo hacen 1.000 veces mejor que la fluoxetina (Prozac), uno de los antidepresivos más utilizados. Esto abre la puerta a desarrollar nuevos antidepresivos basados en drogas psicodélicas sin efectos alucinógenos», explica Marçal Vilar, investigador del CSIC en el Instituto de Biomedicina de Valencia y uno de los participantes en el artículo.

«Se sabe que las drogas psicodélicas inducen alucinaciones y estos efectos se consideran negativos para su uso terapéutico por algunos autores. Estos efectos parece que son el resultado de activar otros receptores, como el 5-HT2A. Por tanto al descubrir que las drogas psicodélicas pueden activar receptores que no están implicados en alucinaciones, como es el caso de TrkB, y sí en plasticidad neuronal, se abre la posibilidad de desarrollar moléculas parecidas a estas drogas que solo activen TrkB y no el 5-HT2A», prosigue.

En Australia se ha autorizado el uso de psilobicina y MDMA antes de acabar los ensayos

Tanto es así, que la semana pasada se dio a conocer un estudio con un medicamento con LSD cuyos buenos resultados han llevado a la Agencia Americana del Medicamento (FDA) a concederle el estatus de terapia innovadora para tratar el trastorno de ansiedad generalizada. Una dosis única de MM120, que es como se denomina el fármaco desarrollado por la biofarmacéutica Mind Medicine, produjo una tasa de remisión del 48% del trastorno de ansiedad generalizada a las 12 semanas de su administración. También mejoró significativamente los signos clínicos de ésta en el 65% de los pacientes en un plazo de tres meses, según los resultados del ensayo de fase 2b diseñado para probar los niveles de dosificación.

Y no es el único. Otros dos medicamentos basados en drogas psicodélicas también recibieron el estatus de terapia innovadora de la FDA: la psilocibina para la depresión resistente al tratamiento, y MDMA, (conocida como éxtasis), para el trastorno de estrés postraumático.

Aunque la realidad es que, en la actualidad hay muy pocos medicamentos de este tipo comercializados: el primero es un derivado de la ketamina (la esketamina). Las que parecen más avanzada (y prometedoras) son MDMA (éxtasis), ya en fase 3 y psilobicina. Tanto es así que, de hecho, los espectaculares resultados obtenidos con ellas hasta ahora han hecho que en Australia se puedan usar ambas antes incluso de que acaben los ensayos clínicos con ellas.

Y es que, de lo que no hay duda es de que dan respuesta a una necesidad médica no cubierta: «Hay gente resistente a terapia electroconvulsiva y a los tratamiento convencionales y si hay algo con lo que puedan mejorar bienvenido sea», concluye Díaz Marsá quien, no obstante advierte de que «todavía falta evidencia para que se puedan usar». El tiempo dirá.