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Cáncer

Morir sin paliativos, sin poder despedirse y sin derecho a UCI

Francisco no entiende que con los marcadores tumorales altos de su mujer tardaran tres meses en darles cita con su oncóloga. Miguel fue al hospital por su cáncer. Compartió habitación con un paciente con una neumonía de origen desconocido en ese momento y se contagió de Covid. Pese a las súplicas no le pusieron un respirador

A la izqda, Laura con una foto de su padre fallecido. A la dcha, el último selfie que se hicieron Mercedes y Francisco Jesús G. feriaCedida

«Avisad al médico, estoy muy mal. Necesito que me ingresen en la UCI», fue el último WhatsApp que Manuel mandó a sus hijos días antes de fallecer. Un grito de socorro que jamás se les olvidará. En su caso se unieron tal cúmulo de errores que no terminaron ni con su fallecimiento. A Manuel Mercader, enfermero jubilado, le diagnosticaron cáncer rectal con metástasis hepática en verano de 2017. Tras el tratamiento de quimio y radioterapia, se sometió a dos cirugías: de hígado y de recto. «No transcurrió ni medio año entre las dos intervenciones. Después, le dieron otra vez quimio». «Mi padre –continúa– tuvo la mala fortuna de que debió afrontar los primeros ciclos de su tratamiento con mi madre en la Unidad de Cuidados Paliativos por otro cáncer». Aun así, Manuel «se instaló» con ella en la Unidad de Cuidados Paliativos. «Siempre estaba con ella, salvo dos o tres días tras cada sesión de quimioterapia porque le obligábamos a que se fuera a casa a descansar». Él sabía por tanto a lo que se enfrentaba, pero fue muy duro afrontar su propia enfermedad con el duelo. Su mujer falleció en febrero de 2018.

Fueron pasando los meses y a finales de 2019 en una revisión en el Hospital de Torrejón de Ardoz, los doctores, tras ver nuevas lesiones en el hígado, consideran que no son operables y que no tienen tratamientos alternativos. Fue en ese momento en el que «nos dimos cuenta de que se desentienden de ti». No les dijeron a dónde podían acudir. A través del Grupo Español de Pacientes con Cáncer (Gepac), consiguen una segunda opinión médica en el Gregorio Marañón, donde, tras analizar su caso, ven que le pueden operar. Le dan cita para el 28 de febrero, pero una semana antes ingresa en urgencias por un problema hepático.

A partir de ese momento todo fue en picado. «Le metieron un drenaje y le provocaron una pancreatitis», recuerda Laura. La cirugía se suspendió y empezó la pandemia. «Cuando llevaba unas semanas en el hospital, ingresó un paciente con una neumonía de origen desconocido que tenía PCR negativa. Ya había plantas Covid en este hospital por lo que no entiendo que le pusieran con mi padre sin mascarilla ni protección. A los cuatro días, el señor, que le hicieron una segunda o tercera PCR, dio positivo y le trasladaron a la planta Covid. El 13 de marzo se la hacen a mi padre, que da positivo y también le trasladan». En ese momento su padre estaba asintomático. «El día 17 le derivan al Instituto Provincial de Rehabilitación, centro que carecía de UCI y de respiradores. Nos pidieron el consentimiento, pero lo que nos dijeron es que era un centro más tranquilo, no la verdad, que derivaban allí a los pacientes que no tenían solución o que no iban a derivar a la UCI. Era un sitio para morir», asegura. Su padre empieza a empeorar, presenta una neumonía bilateral. Al día siguiente es trasladado de urgencia al Gregorio Marañón por prolapso mucoso de la colostomía. Se le había soltado la bolsa. «Le trasladan en ambulancia y al llegar, por el caos de aquellos momentos, le dejan a la intemperie un día que llovía. No le pusieron ni una manta». El 24 de marzo, Manuel escribe a sus hijos suplicando ayuda.

«Ahí empezó nuestra lucha pidiendo por redes sociales un respirador y el traslado a la UCI de otro hospital, público o privado, o fuera de Madrid. Conseguimos un respirador, pero el Instituto de Rehabilitación carecía de soporte para instalarlo y no nos dieron ni la opción de trasladarlo. Por la situación de mi padre y su edad, 72 años, pensaron que no era candidato de UCI. El médico internista nos comentó que debíamos sedarle porque había vuelto a solicitar el traslado a la UCI y había sido denegada la petición al ser paciente oncológico. Decidimos no sedarle, porque la esperanza es lo último que se pierde». El 27 de marzo les comunican el fallecimiento de su padre a las 10:20. «Me ha costado entenderlo porque no estaba para morir. Decidieron por él. Es lo que pasó desgraciadamente a muchas familias en la primera ola». Laura y sus hermanos valoraron denunciar al hospital por ser un contagio dentro de sus instalaciones, pero finalmente decidieron no hacerlo porque «era una batalla perdida de antemano al ser algo repentino. No buscamos culpables, sino soluciones. Ninguna sentencia nos va a devolver a mi padre. Pero queremos que la memoria de él y de cada una de las personas que han fallecido no se olvide. Tienen familia y muchos han muerto solos. Es muy duro. Mi madre falleció acompañada y mi padre no pudo ni despedirse» de sus hijos. Y justo en ese momento de desesperación, lo inesperado. El tanatorio iba a hacer el traslado para el posterior entierro y el cuerpo de su padre es derivado por error al Palacio de Hielo. Tras localizar su cadáver, se procede al entierro. Pero durante unos meses, Laura tuvo que lidiar con la funeraria porque «nos querían cobrar por un servicio fúnebre normal cuando de normal no tenía nada. No hubo ni flores y querían cobrar hasta por el doble precinto cuando eso lo puso la UME». Lo peor que lleva Laura es «escuchar y ver pintadas en la calle afirmando que la Covid-19 es mentira. Con eso sí que no puedo».

Silencio

Quien tampoco se pudo despedir debidamente de su mujer fue Francisco Rodríguez. A Mercedes Gil le diagnosticaron un cáncer de mama inflamatorio en verano de 2017. Tras quimioterapia y mastectomía, en marzo de 2018 se sometió a radioterapia. «En octubre de 2019, en un control oncológico, nos dijeron que estaba recuperada. Lo que nos llenó de optimismo, pero en enero de 2020 empezaron los problemas», recuerda Francisco. «A mi mujer le dolía la columna. Se hizo una prueba y le salieron marcadores tumorales altos». Pese a su historial, en atención primaria dijeron que podían ser fisuras en las costillas. No establecieron relación con el cáncer. «La primera cita con la oncóloga nos la dieron para la primera semana de marzo. Nos preocupó mucho el retraso, al menos a mí. Ella estaba con dolores, cada vez que se acostaba en la cama le dolía, pero estaba tranquila, no quería saber».

Fue entonces cuando les dicen que tenía metástasis ósea. El primer tratamiento hormonal empieza una semana después y es entonces cuando empezó lo grueso de la Covid en Tenerife, recuerda. Mercedes tiene malas reacciones y el 30 de marzo le suspenden el tratamiento. Pero «hasta el 20 de mayo no le dieron el siguiente». Empiezan las llamadas a los médicos porque Mercedes tenía asfixia y el 1 de abril le hacen una resonancia. Unos días después, el 17, van al hospital y «le mandan un medicamento y pese a verle su oncóloga, prefiero no decir su nombre, la remite a casa. Se estaba asfixiando... Tres días después llamé yo a la oncóloga. Mi mujer tenía un derrame pleural por el que fue ingresada. Le manifesté mi malestar a la doctora, que me reconoció que el 17 no vio que mi mujer se estaba asfixiando», algo que Francisco no puede entender porque «tres días después la tuvieron que extraer más de dos litros».

«La doctora, –prosigue– empezó a excusarse con la pandemia. Yo esa excusa no la encontré razonable. No tiene que ver con la pandemia. Era evidente que mi mujer se asfixiaba y ni la auscultó. En el hospital sólo la trataron del derrame, no evaluaron que era una paciente oncológica con un sistema inmune muy bajo. El 11 de mayo le dan el alta y cinco días después volvimos a urgencias porque se seguía ahogando. Suena raro, pero fue así. Con el tiempo te das cuenta de que los errores se fueron encadenando». El 21 de mayo Mercedes se somete a un nuevo tratamiento intravenoso. Por aquella época «mi mujer ya estaba en silla de ruedas. Insistí en que la viera su oncóloga. No fue posible».

A principios de junio Francisco, frustrado con la situación, escribe una carta a la doctora y «mientras mi mujer estaba con la quimio fui a su consulta. Le pedí sinceridad. Que me dijera cuánto tiempo le quedaba a mi mujer, porque ella no quería saber pero yo sí. Me dice que no es de esa escuela y que sin quimioterapia dos meses y con quimio meses o años sin concretar». Llega el verano y el 3 de agosto reciben una buena noticia: «El tumor había remitido a la mitad en la pleura e hígado y el óseo se había detenido. Nos llenó de optimismo». Pero en octubre se precipita todo. «El día 15 fuimos a consulta porque le dolía la cabeza. Le pidieron un escáner de control para el 24 de noviembre, me parecía tarde, así que llamé y nos lo adelantaron para el 21, pero no pudo ser. Dos días antes fuimos al hospital y al ver el derrame pleural deciden hospitalizarla para ya no salir. La quimioterapia se la paran hasta que la infección no remita. Me informan telefónicamente de que mi mujer tiene un tumor en la meninge». Mercedes no se encuentra bien, por las noches sufre alucinaciones y lo está pasando muy mal, algo de lo que Francisco se entera no por los médicos, sino por la compañera de habitación.

«El 6 de noviembre me citan. Me temo lo peor por lo que voy con mi cuñada. Cuando entramos hay dos oncólogos de planta y la suya, que sólo mira al suelo. Me dicen que la desahucian sin utilizar esa palabra. Y que la podemos ver las 24 horas dos personas en la habitación. Mi mujer no tuvo ni cuidados paliativos ni un psicooncólogo. Me dijeron a las 11 que había que darle una semisedación porque estaba sufriendo, y yo pensé que mi mujer iba a estar consciente pero sin dolor. Pero no fue así. En una hora se durmió para siempre. No me pude despedir. Lo último que me dijo fue ‘‘Todo va bien Fran, todo va bien’’». Falleció el 10 de noviembre de madrugada.

Semanas después Francisco hace un repaso de todo lo acontecido. Y decide escribir una nueva carta a la oncóloga con sus preguntas. «La doctora no me recibe y se la entrego a la enfermera. Le pedí que me respondiera al email o al teléfono si así lo consideraba». A día de hoy Francisco sigue esperando una respuesta. «No pude despedirme realmente de mi mujer» de la que no se separó en 37 años. «Sólo me queda su recuerdo».