Ley "trans"
Este verano se cumplen tres años desde que Rubén Moreno (Valencia, 1988) se divorciara de su familia. Antes de este corte radical, este joven educado en la fe evangélica tuvo que pasar por un calvario que le dejó graves estigmas. Entre otros, ser sometido a un exorcismo a manos de varios fieles de su Iglesia en el salón de su propia casa. Este tipo de prácticas y otras impartidas por ciertos psicólogos y psiquiatras para «curar» la homosexualidad están prohibidas explícitamente en la nueva «ley trans». Pero, de momento, solo son ilegales en cinco comunidades autónomas: Madrid, Aragón, Valencia, Cantabria y Andalucía.
Al otro lado del teléfono, Rubén coge aire antes de empezar a narrar su vía crucis a este periódico. Durante varios años se «esforzó» por revertir su homosexualidad en un proceso que lo llevó a campamentos evangélicos de reeducación en el extranjero. «De aquellos viajes a Texas y Puerto Rico volvía hecho una mierda porque todo lo que aprendía allí, y en lo que acababa creyendo, me condenaba y, al mismo tiempo, no podía dejar de pecar. Después de meterme en páginas pornográficas podía tirarme una semana y media llorando».
Rubén logró mantener en secreto su condición hasta que, con 19 años, su familia interceptó una serie de mensajes con un chaval colombiano al que confesaba la verdad. «Mi madre me llamó al salón y empezó el interrogatorio. Yo tenía la firme intención de no salir nunca del armario y le juré que no me gustaban los hombres. No me creyó, me dijo que eso era cosa del demonio y me prohibió Internet», relata. Al poco tiempo, un grupo de pastores de su Iglesia acudió al domicilio a convencerlo de que «confesara». Cuando les reveló que aún era virgen se quedaron tranquilos porque, según le dijeron, «llegaban a tiempo».
«Ellos no lo llaman exorcismo, pero es lo que hacen. Un ritual en el que tratan de sacarte el espíritu de la lujuria, la homosexualidad, la pedofilia y el adulterio. Meten todo en el mismo saco», recuerda. Le registraron la habitación y le obligaron a tirar «hasta las películas de Harry Potter. La música no fue problema porque por entonces solo escuchaba cánticos religiosos».
A partir de esa intervención, el marcaje materno fue insoportable. Trataron de que accediera a ir a un centro en EE UU en el que «sanaban» la homosexualidad. «Las fotos eran de película de terror, chicos con batas blancas y la cabeza rapada, como si fueran enfermos de cáncer. Todos con expresión de asco». Se libró de aquello, aunque persistieron sus intentos por cambiar. «De verdad que lo seguía intentando. Finalmente, acabé en Brasil con un pastor chileno que comparaba la homosexualidad con la zoofilia. Fue horrible. A los dos meses volví a España con 20 kilos menos».
El conflicto interior de este hombre que ahora tiene 33 años le llevó a dos intentos de suicidio y a un ingreso de un mes en un psiquiátrico en el que terminó con una camisa de fuerza: «Fue la experiencia más traumática de mi vida». Aquello marcó un punto y final para él. Logró marcharse de casa y empezar una nueva vida en la que aún se afana: «Tengo muchas secuelas, todavía soy incapaz de estar solo con niños. Me aterra que alguien pueda acusarme de pedofilia. También me cuesta entender cosas tan básicas para otros como la teoría de la evolución porque el creacionismo es algo que te graban a fuego».
A Rubén le echó una mano para salir de aquel tormento la Asociación Española Contra las Terapias de Conversión. Su presidente, Saúl Castro, asegura que «estas prácticas se producen en un contexto muy oscuro. En nuestro país hay dos tipos de perpetradores: los que sacan rédito económico, como psicólogos o psiquiatras, y los altruistas, que suelen ser miembros de una comunidad pastoral». Como muchas de ellas se realizan a través de «redes informales» son muy difíciles de rastrear. Según él, el 70% de quienes las sufren son menores de edad. Este abogado de derechos humanos considera que la «ley trans» se ha quedado muy corta porque no criminaliza las prácticas sino que establece una sanción administrativa que puede alcanzar los 150.000 euros. En su opinión, esta persecución civil y no penal “se ha demostrado ineficaz porque lo que hacen terapeutas como Elena Lorenzo es pagar la multa y ya está”.
El caso de Alberto Pérez (Gran Canaria, 1991) es especialmente ilustrativo. Él fue uno de los impulsores en 2012 de la red “Verdad y Libertad”, grupo de filiación cristiana dedicado a revertir las tendencias gay. El programa es similar al de los doce pasos de Alcohólicos Anónimos, con líneas rojas infranqueables (pornografía, masturbación y relaciones sexuales) y el apoyo 24 horas de un “compañero de camino”. Durante un tiempo, el propio Alberto se consideró un “caso de éxito”. Desde muy pequeño había vivido su atracción por los hombres con mucho conflicto interior. Aunque profesaba la fe católica, su pesar venía de otro lado. “Comprobar que eres diferente, que no encajas en la norma, es algo que de adolescente te causa un enorme sufrimiento. Solo quieres ser aceptado”.
Con 14 años, Alberto (@albertops2020 en IG) inició su propio periplo “online” por las terapias que ofrecía “Es posible la esperanza”, grupo de adscripción religiosa. No fue suficiente. Recién cumplidos los 18, se dirigió a la consulta en Madrid del psiquiatra Aquilino Polaino, donde recibió terapia y medicación al mismo tiempo. Estas teorías pseudopsicológicas, más cerca de la militancia religiosa que de la ciencia, creen que el origen de la “patología”, que ellos llaman Atracción por el Mismo Sexo (AMS), está en la infancia. “Ellos dicen que puede ser causada por un padre ausente, una madre sobreprotectora o cualquier estereotipo de género, incluido, por ejemplo, que no te gustara el fútbol de pequeño. Lo tratan como un bloqueo de la fase del desarrollo”, recuerda Alberto, que ahora es director del Gabinete Coaching y Psicología en Gran Canaria.
Entre una cosa y otra, Alberto llegó a creer que se había obrado el “milagro”, que todo era posible: “Parecía que me aportaba lo que yo ansiaba; cuando eres víctima del miedo y la vergüenza compras el discurso que crees que te va a dar la solución. Además, la medicación te baja la libido y te crees que se te ha aparecido la virgen y has dejado de ser gay”. Una sensación que fue desmoronándose con el paso de los meses, cuando volvieron las “recaídas” en la pornografía y Alberto comenzó a sentir “una gran frustración”: “Te das cuenta de que estas terapias son un camino a ninguna parte, no puedes dejar de ser lo que eres por mucho que reces, o hagas deporte”.
Después de tres años paseando por congresos y medios de comunicación católicos como la prueba viviente de que la reconversión en hetero es posible, este joven de Gran Canaria estalla. Protagoniza dos intentos de suicidio (“para librarme del sufrimiento, que era insoportable, me sentía un impostor, sucio”) y, en 2015, decide apartarse de todo. Comienza un camino de sanación personal que, esta vez sí, le lleva a aceptarse y quererse como es. A pesar de todo, Alberto se sigue definiendo como “creyente” aunque, entre risas, afirma que “me parece que Dios cree más en mí”.