
Top Mantra
Woods
Basta con poner el dedazo sobre una pantalla y formatear así –salvando también distancias inhumanas– sus conciencias. O lo que tengan en su lugar
Ya es histórica aquella foto irreprensible de Rose Mary Woods. Se la conoce como «Rose Mary Stretch». Traducido: «el estiramiento de Rose Mary». La señora Woods era la fiel secretaria de Richard Nixon (escándalo Watergate), una de esas mujeres que ya pertenecen al paisanaje humano de otra época. Servidora fiel, cancerbera feroz de su jefe. Y una artista que, según el periodista William Safire –premio Pulitzer por sus columnas políticas–, era capaz de retocar un trillado discurso político hasta convertirlo en una obra de arte que podría haber firmado E.E. Cummings. La señora Woods se convertía en un perro guardián peligroso cuando se trataba de defender los intereses de su jefe, el señor Nixon, a la sazón presidente de los EEUU. Según John Dean, que fue asesor legal de la Casa Blanca, Woods era capaz de descifrar la endemoniada letra de Nixon y su discreción y mano de hierro respecto a los asuntos del presidente, eran legendarias. Además, la «secretaria que escucha, escribe y calla» fue amiga devota de la señora Nixon, Pat. Su lealtad perruna a Nixon la llevó, en 1972, a inculparse ella misma del «borrado accidental» de 5 minutos de los 18 de una cinta de audio que comprometía gravemente a Nixon. Para demostrar que «el accidente» pudo ocurrir, se hizo una foto donde estiraba un pie y movía las manos para tocar varios mandos a la vez, separados a distancias inhumanas, en un alarde de flexibilidad corporal envidiable antes de que fuera moda el Pilates. La foto es descarada, de sinvergonzonería ridícula, en una época en que no existía tampoco el guasap ni los audios y mensajes dejaban copias fantasmas en iCloud. Ha pasado mucho tiempo. Ahora, tenemos aquí fiscales que borran desahogadamente mensajes comprometidos sin necesidad de estirar los miembros. Sus maniobras orquestales para intentar sumir sus artimañas en la oscuridad, son harto más facilonas. Basta con poner el dedazo sobre una pantalla y formatear así –salvando también distancias inhumanas– sus conciencias. O lo que tengan en su lugar. Pero aquí no se escandaliza nadie.
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