El canto del cuco
Turruncún, donde las piedras hablan
Un pueblo vive mientras alguien conserva su memoria
De niño, desde Sarnago, la Peña Isasa era un lugar misterioso y telúrico, en las últimas estribaciones de la Alcarama, de donde venían las tormentas y los terremotos. Se adivinaba en la lejanía, entre nubes cárdenas, pasados los últimos montes oscuros, que conducían a La Rioja. Era un sitio cercano, pero inaccesible. Y Turruncún, asentado a sus pies, nos llamaba la atención por la peculiar sonoridad de su nombre. Sonaba a torrente de piedras rodando por una ladera pedregosa o a tormenta seca de pedrisco estallando en descampado.
En la comarca de las Tierras Altas de Soria y su vecina La Rioja hay varios pueblos que acaban en «ún»: Navajún, Fuentestrún, Matasejún, Bretún..., que desde siempre han picado mi curiosidad, sin acabar de desentrañar su etimología, de fuerte sabor ibérico. Pero ninguno como Turruncún, con tres «úes», como tres barrancos, y esa resonante erre en medio que hace temblar el misterio. Sólo por eso, este pueblo singular, ahora vaciado y derruído, merecería nuestra atención para que no se pierda su memoria. Un pueblo vive mientras alguien conserva su memoria. Murió como municipio y se vació cuando el Estado, en el siglo pasado, hacia 1975, compró sus tierras a los vecinos. La repoblación forestal de la sierra de la Alcarama generó la despoblación humana y convirtió esta amplia comarca en un cementerio de pueblos. Turruncún, que quedó incorporado a Arnedo, fue una de las víctimas.
José Ángel Lalinde acaba de publicar un libro sobre este pueblo riojano. Me ha cabido el honor de escribir el prólogo. Es un trabajo minucioso, bien documentado, cargado de interés. El autor ha rastreado en los archivos dispersos, en estudios anteriores, como el de Felipe Abad, y en la memoria de los últimos vecinos. El lector descubre, de su mano, las brasas ocultas bajo la ceniza y el apagado esplendor de las ruinas del caserío, asentado sobre el cerro de El Cabezo, como una fortaleza; su escuela vacía, su fuente, que sigue viva y acogedora, sus tres ermitas... Se asoma a sus orígenes medievales, como conjunto de chozas de pastores, recorre su duro paisaje, su encinar, la mina cerrada y las muestras de vides y olivos, ya sin dueño, en el camino de Arnedo, asomándose al Cidacos, el río frutal. El libro, escrito con llaneza cervantina, descubre al lector antiguas leyendas, en las que las piedras, con sus curiosas formas geológicas, cobran vida y hablan, como la guerra encarnizada entre las reinas Isasa y Gatún o el galope de los caballos por el valle de la Virgen. En Turruncún las piedras afectivamente tienen alma.
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