Francisco Nieva
El chiste de la vida
Proliferaron por largo tiempo las comedias de figurón. Sobre un personaje desmesurado y excéntrico. Lo cual entrañaba también un tanto muy elevado de crítica social
Hay quien se lo encuentra, los humoristas de vocación y de profesión. Aunque yo he conocido a un agudísimo humorista que estaba siempre de mal humor y practicaba el malhumorismo.
Considero una victoria literaria el Tristram Shandy, del vicario Sterne, autor de otro libro magnífico: «El viaje sentimental». Tristram Shandy es un paradigma de humor británico. Un epítome universal, y de tanto alcance como el humor de Charles Chaplin. Un sentido del humor de muy buen gusto, a la vez que desopilante. Pero, ¿existe un buen sentido del humor español? Si dejamos aparte a Quevedo, cuyo sentido del humor roza la socarronería desafiante y grosera, no falta ese buen gusto británico; para mí, sinónimo de una perfección. Quien se parece, se junta. Y en la comedia española del Siglo de Oro se manifiesta aquel mismo sentido fino, elegante, distante y universal del humor británico. Tenemos gentiles muestras del más fino humor en nuestros clásicos barrocos. Por ejemplo, en Tirso de Molina, autor y fraile, que le sacaba un sentido dramatúrgico a sus experiencias de confesor. «Don Gil de las calzas verdes» es como un aparato de relojería que sistematiza la risa, como dialéctica en toda ocasión, en el más cotidiano vivir, estar y ser. No le va en zaga el muy magistral Calderón. «La dama duende» y «El galán fantasma» parecen modernas tramas de cine cómico americano de ahora mismo.
Proliferaron por largo tiempo las comedias de figurón. Sobre un personaje desmesurado y excéntrico. Lo cual entrañaba también un tanto muy elevado de crítica social. En Francia, La Bruyère las imitó y escribió un libro inapreciable titulado «Les caracteres». Quien brilla y destaca en este terreno es su compatriota Chamfort. No es el chiste verbal, sino la situación temporal de los personajes, su cómica eventualidad. Un tropezón, de los muchos que nos pueden acaecer en la existencia. Como este que voy a poner de ejemplo:
Doña Loreto, señora de Murúa, y su hija Lourdes hicieron una promesa, consistente en andar de rodillas todo lo largo de la nave del templo que hay en Aljarafe, provincia de Sevilla. Desde su entrada hasta el altar mayor. El sol de Sevilla es cegador, y el templo era toda una solemne y fresca cegazón. Nada se veía, y comenzaron a andar de rodillas, orando, cuando vieron que a su derecha había un gran asiento corrido, desde el que algunos sujetos las miraban con estupor. Se daban con el codo y sonreían. Pero Doña Loreto y su hija continuaron con su suplicio un buen trecho más, hasta detenerse ante una puerta con un buen cartel que decía: «Caja de recluta». Se habían metido en la Casa Consistorial, y salieron de allí muy corridas y avergonzadas. Esto es lo cómico situacional. Y otros ejemplos de lo cómico verbal son estos que siguen:
La Basi era una asistenta a domicilio, muy graciosa y muy ignorante, que hablaba por los codos chismorreando a propósito de todo.
–«Miren ustedes qué desgracia para los vecinos más ricos y orgullosos del edificio, pues les ha nacido un hijo taxista, sin el talento suficiente para seguir otra carrera que no sea la de conducir un taxi por toda su vida. Una buena lección para esos pestudos de vecinos».
–«Basilia, se equivoca usted; y es que lo que han tenido es un niño autista».
Agustín Poveda, era un peluquero de Valdepeñas, que había hecho un curso de alta peluquería en París y se daba mucho pisto con ello. Vivía obsesionado por sus tenacillas y bigudíes. Fue acompañando a mi padre en un ocasional viaje a Madrid; y, a la sazón, andaba distraído y ensimismado, preocupado en extremo. Hasta que, al final, se explicó: –«Dígame usted, don Francisco, por qué razón se nos prohíbe a los peluqueros que nos asomemos al exterior. Lo dice aquel letrero».
–«Se confunde usted por deformación profesional. Donde dice pasajeros, usted lee peluqueros. Mire usted qué fatalidad».
En una comedia bien hecha, lo situacional y lo verbal no deben primar en exclusiva. Muy naturalmente, se complementan. Bueno es analizar el tipo de chiste que prolifere. Puede ser rápido como el impacto de una bala, pero también puede ser dilatado y explícito. Se hace necesario sostener un ritmo calculado por su duración; así como en el terreno de lo situacional, unas escenas demasiado cambiantes no siembran más que confusión. Perdón por estas reflexiones técnicas, pero este es mi oficio, el que me ha dado de comer, como si me dedicara a hacer zapatos. Vale por hoy.