Francisco Nieva
El capitalismo y el arte
A mí me tocó vivir en un tiempo complejo y difícil, con la propuesta de las vanguardias. En el seno del capitalismo el arte se convirtió en negocio, bastaba con propagar un otro estilo y recabar consumidores de extravagantes ocurrencias, más o menos decorativas
Hay quien dice: –Yo no entiendo de arte. Una cosa me gusta o no me gusta, y todo se detiene ahí.
Pues hace usted mal no entendiendo de muchas cosas, no se es un entendido espontáneo. Hay que informarse. El arte no copia y sigue servilmente a la naturaleza, como vulgarmente se ha venido entendiendo. Del teatro, por ejemplo, se dijo que era escuela de buenas costumbres y también trasunto de la realidad circundante. No es eso, sino mucho más. El arte es el estilo de forma y fondo, y los estilos son infinitos. Esa es la propuesta de un mundo original, de un modo de ver y de interpretar. Para quien sienta curiosidad por el arte, bueno es fiarse de una historia social del mismo, que, en el fondo, nos hace comprender la evolución de la cultura.
A mí me tocó vivir en un tiempo complejo y difícil, con la propuesta de las vanguardias. En el seno del capitalismo el arte se convirtió en negocio, bastaba con propagar un otro estilo y recabar consumidores de extravagantes ocurrencias, más o menos decorativas. Una falsa originalidad, deliberadamente calculada, para epatar, para sorprender, incluso para escandalizar. De ningún modo para complacer. Sin complacencia no hay arte. La encontramos en Picasso, por ejemplo. El «Guernica» es muy diferente a todo lo demás conocido, pero buena pintura en el fondo. Un ensayo de formas y distorsión estética de la realidad, una audaz propuesta, apasionada y vehemente, fantasmática. No dudemos de su fidelidad sensorial y sentimental. Picasso fue un pintor muy prolífico, que también se permitió pintar mal. Y hay cuadros que no valen su precio en el mercado. Quien entiende de arte lo sabe distinguir. En mi primer viaje a París me topé con una exposición de paisajes picassianos de una fealdad más que evidente. Y esto se cotizaba en el comercio como lo mejor de su obra. Iba por una parte el negocio y por otra el arte en sí y por sí. En la actualidad es difícil dirimir entre la socaliña comercial y la verdadera creación. El mercado internacional prestigia muchas obras falsas, solo concebidas para vender. Es escandaloso que una obra maestra de Caravaggio se venda por menos de un mal Picasso, pero las leyes del comercio lo deciden así. En principio el comercio se apropió del arte para convertirlo en mercancía al nivel de un gusto vulgar, en materia consumible, como los garbanzos; luego, se disparó haciendo todo lo contrario, escandalizando. Y así, el escándalo se convirtió a su vez en mercancía. Esto es una secuela del capitalismo que rige nuestro destino. Yo no puedo dejarme engañar por el sistema, detecto enseguida la trama comercial en el mudo del arte contemporáneo y lo manifiesto sin cesar y con toda sinceridad. Y mi opinión puede escandalizar en un mundo de escandalosos, por conservador y anticuado. Tan solo me permito analizar los meandros económicos que siguen la avaricia y la venalidad.
Hablo con pleno conocimiento de causa. A un primo mío le vendieron un supuesto grabado de Dalí para la «Divina Comedia», más falso que Judas, por un buen puñado de antiguas pesetas. Mi interés por el devenir social y comercial de las artes me tenía bien informado de aquel escándalo, del que se ocuparon la mitad de periódicos del mundo. Íntimos y allegados familiares al maestro, en un intolerable abuso de confianza, se hicieron con antiguos y privados dibujos suyos. Con ellos, el falsificador pergeñó una serie de grabados de muy bonita composición y el famoso pintor no tuvo empacho en datar y firmar tales engaños, creyendo reconocer su mano. Tuvo gran eco aquella suplantación y los coleccionistas quedaron alertados. No así mi primo, aconsejado por un entendido de su confianza, empleado en una casa de subastas como el que pone a una zorra a guardar gallinas. De nada estaba enterado él.
Pensemos, pues, en la posibilidad de que en muchas instituciones puedan colarse avispados expertos que se valen de su prestigio para enriquecerse a costa del prójimo. Una mancha de aceite que se extiende y puede afectar a los más impolutos.
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