El ambigú

SOS en Venezuela

La estrategia de mantener las formas democráticas mientras se subvierten sus principios es peligrosa

En mayo de 2017 publiqué una tribuna bajo el título «SOS en Venezuela» la cual comenzaba así: «Lo que está ocurriendo en Venezuela debe preocupar a la comunidad internacional y, especialmente, a los países con mayor vinculación como España». En 2024 la situación ha tornado si cabe en más dramática y el silencio sobre la misma se convierte en una insoportable complicidad. En la última década, Venezuela ha experimentado una transformación alarmante de su sistema político, bajo el despótico liderazgo de Nicolás Maduro, el país ha evolucionado de una democracia en crisis a un régimen autoritario que se disfraza con las formas de la democracia. Este fenómeno no solo es grave, sino que también representa una perversión de los principios democráticos fundamentales.

Nicolás Maduro asumió la presidencia en 2013 tras la muerte de Hugo Chávez y desde entonces, su gobierno ha sido acusado repetidamente de violar los derechos humanos, reprimir la oposición y manipular las instituciones democráticas para consolidar su poder. El punto de inflexión más notorio fue en 2017, cuando el gobierno de Maduro convocó a una Asamblea Nacional Constituyente, cuya legitimidad fue ampliamente cuestionada tanto a nivel nacional como internacional. Esta Asamblea, controlada por el chavismo, ha tenido la capacidad de reescribir la constitución y desmantelar la Asamblea Nacional, dominada por la oposición.

Una de las tácticas más insidiosas del régimen de Maduro ha sido mantener una fachada de democracia. Se celebran elecciones, pero estas están plagadas de irregularidades, intimidación y falta de transparencia. La Comisión Nacional Electoral, encargada de supervisar los procesos electorales, está bajo el control del gobierno, lo que socava cualquier posibilidad de elecciones libres y justas. Esta estrategia de mantener las formas democráticas mientras se subvierten sus principios es peligrosa, ya que confunde a la comunidad internacional y diluye las presiones para un cambio real. A diferencia de las dictaduras tradicionales, que abiertamente reconocen su naturaleza autoritaria, el régimen de Maduro se legitima a través de la manipulación de los procesos democráticos.

Las dictaduras clásicas, como las habidas en el siglo XX, no pretendían ser democracias. Este reconocimiento, aunque represivo, no conllevaba la misma hipocresía que el sistema venezolano actual. Al presentarse como una democracia, el régimen de Maduro no solo engaña a su población, sino que también obtiene una cierta aceptación y legitimidad internacional, aunque limitada. La comunidad internacional tiene un papel crucial para evitar la legitimación de regímenes autoritarios. Es imperativo que organizaciones internacionales, gobiernos extranjeros y organismos de derechos humanos no se dejen engañar por la apariencia de democracia en Venezuela. Las sanciones, las denuncias y el apoyo a la oposición son herramientas importantes para presionar por un cambio real

Sin embargo, la respuesta internacional debe ser coherente y unida para ser efectiva, el silencio es cómplice del satrapismo imperante. La legitimación de este sistema perverso no solo prolonga el sufrimiento del pueblo venezolano, sino que también representa una amenaza para la estabilidad democrática en toda la región. Es esencial reconocer y denunciar estas tácticas para evitar que otros gobiernos sigan el mismo camino y para restaurar la verdadera democracia en Venezuela. Es curioso cómo algunos que apoyan a Maduro lo consideran un mal menor, puesto que pretextan que un cambio político brusco podría traer inestabilidad al país y provocar un conflicto civil, y resulta todavía no más curioso sino irritante recordar cómo muchos decían lo mismo de la dictadura del General Franco justificando la postergación del régimen democrático. La aversión a la libertad y a la democracia es una enfermedad más extendida de lo que creemos y debe ser erradicada.