Tribuna

Récords de calor y la casa a por gas

Sabido es también que hoy por hoy la tecnología no permite una dependencia exclusiva de las renovables

Récords de calor y la casa a por gas
Récords de calor y la casa a por gasRaúl

La ciudad de Barcelona registró el martes 30 de julio el día más caluroso de la historia desde que se tienen registros oficiales. 40 grados en el Observatori Fabra, ubicado en la montaña del Tibidabo, a 454 metros de altitud. El Fabra es uno de los observatorios en activo más longevo de todo el mundo tras ser inaugurado por Alfonso XIII en 1904. Pero no solo es un asunto del pulmón verde de Barcelona, en diversos municipios del Empordà, al norte de Girona, se cerró julio rebasando los 43 grados, casi dos grados más que el punto más caliente de Andalucía, comunidad que se suele llevar la palma.

Justo este 20 de julio pasado, según los datos satelitales de Copernicus (el servicio europeo de cambio climático), la Tierra vivió el día más tórrido registrado hasta la fecha. La temperatura media global se disparó a 17,15 grados Celsius, superando el hito del 3 de julio de 2023 cuando se superaron los 17 grados Celsius por primera vez.

Alarma climática es el grito de guerra de todas las instituciones supraestatales, sea la Unión Europea o las Naciones Unidas. El cambio climático es un diagnóstico ampliamente compartido por mucho que haya quien lo ponga en cuestión como el que tal vez vuelva a ser el presidente de la nación más poderosa del mundo si no es que Kamala Harris, sustituta del decrépito Joe Biden, logra la remontada in extremis.

La alarma climática es consecuencia directa de un calentamiento global que, según la amplia mayoría de la comunidad científica, responde al efecto invernadero consecuencia de las emisiones de CO2 que provoca la quema de combustibles fósiles.

El caso es que precisamente en Cataluña se ha puesto fecha inminente al cierre de sus tres centrales nucleares de las siete que hay operativas en España. A partir de 2030, pese a que no se atisba la puesta en marcha para entonces de un parque de renovables que pueda compensar la generación de electricidad de una comunidad que es la más nuclearizada de toda España. Más del 50 por ciento de la energía eléctrica que se produce sale de los tres reactores nucleares de Tarragona, los dos de Ascó pegados al Ebro y el de Vandellós al Mediterráneo.

El drama es que la previsión apunta a que se va a compensar el cese de ese porcentaje superior al 50 por ciento –hasta no se sabe qué fecha– con el gas natural que llega de Argelia y en menor medida –pero al alza– de Estados Unidos vía gas licuado. Estados Unidos ya se convirtió de facto en 2023 en el mayor proveedor de petróleo de España. Aunque en conjunto sean los países de la OPEP los que siguen siendo el principal suministrador del oro negro a España con más del 43 por ciento pese a perder más de cinco puntos desde 2022. Pero todo apunta a que va a ser mayormente el gas el combustible fósil de una transición sin una fecha de caducidad. Cuenta además España para ello con la red de regasificadoras más importante de Europa. Lo del gas licuado no es por tanto algo coyuntural, es de largo recorrido, sabido es también que hoy por hoy la tecnología no permite una dependencia exclusiva de las renovables, sencillamente porque al depender de los elementos no garantizan una respuesta en días aciagos cuando aquellos se conjuran para adormecer a las renovables. Sin viento no hay eólica, sin sol no hay fotovoltaica, sin un buen caudal tampoco hay hidroeléctrica.

Son los ciclos combinados de gas los llamados a superar el presunto y próximo cierre de las nucleares, por lo menos en Cataluña, un territorio que por otro lado no llega a cubrir el 100 por cien de su demanda, se queda en el 90 por ciento. Tal vez en otras latitudes, en atención a la emergencia climática, sea conveniente y sostenible medioambientalmente el cierre de las nucleares. No es el caso de Cataluña donde Tarragona carga con el mochuelo de todo, nucleares y renovables mientras, en comparación en la verde Girona no solo no hay central nuclear alguna si no que no cuentan con un solo molino de viento. Ni uno. Algo insólito a estas alturas. El enésimo rechazo a un (modesto) proyecto se ha producido en la comarca de la Cerdaña. Era un proyecto de sólo 2 MW de los 1.600 MW energía fotovoltaica que en estos momentos se están tramitando en Cataluña. Se trataba de 4.300 placas en un campo de 2,4 hectáreas, una superficie insignificante. El consejo comarcal lo ha rechazado de plano y lo ha tildado de «animalada». Sin eólica alguna y negando también un emplazamiento a las fotovoltaicas es obvio que se condena a una dependencia extrema de los combustibles fósiles, precisamente en una comarca que es muy turística y que por tanto tiene puntas de demanda de energía eléctrica que multiplican con mucho a los habitantes, que son poco más de 10.000. Conservar el verde negando el paso a las renovables y combatir a su vez el cambio climático ¿Cómo se conjuga?