Parresía
El pueblo salva al pueblo
Mientras las víctimas de la catástrofe intentan levantar cabeza, en otra realidad paralela los políticos intentan escurrir el bulto de la responsabilidad
Tenía listos billete y maleta a Estados Unidos, con la ilusión de ver a una mujer convertida en la primera presidenta de aquel país. Cuánto me alegro ahora de que nada de eso ocurriera. Al final de una semana laboral rocambolesca, mi suerte cambió y me vi, de repente un sábado, rumbo a la zona devastada por la dana, junto a parte de mi equipo.
Nuestro primer contacto con aquella realidad fue un camino de coches arrasados, semienterrados algunos en la tierra. Un paisaje tan impactante como aquella Estatua de la Libertad icónica, de la película «El Planeta de los Simios». Buscando entre las piedras, fuimos encontrando a las primeras familias de desaparecidos. A ellas, con su dolor.
Nos adentramos en un universo de pueblos absolutamente devastados, cubiertos de lodo, con sus habitantes en shock, tratando de asimilar su desgracia, llorando de impotencia, gritando que se sentían abandonados y desesperados, dándonos las gracias por estar ahí para grabarles, en medio de inmensas montañas de basura… La rabia y la tristeza se les acumulaban, mientras eran ayudados por ejércitos de jóvenes voluntarios armados con palas y cepillos, a falta de soldados de verdad.
En tres o cuatro días hemos sido testigos de realidades impensables en esta España de 2024. De una oscuridad semejante a las horas posteriores a un bombardeo, o a un huracán. Hablo de situaciones tristísimas en Chiva, Aldaia, Alfafar, Benetússer, Algemesí, Paiporta, con sus habitantes desamparados, perdidos, reclamando medios para recuperar los cuerpos de los suyos.
Poco a poco, los militares y otros servicios de emergencia se van haciendo visibles en las zonas inundadas, en los cauces de ríos, en los barrancos, aunque continúan las retenciones kilométricas y las colas para todo (para coger el único bus que les lleva a la capital, para hacerse el DNI, para que les vea el médico de un centro improvisado). Y junto a ese caos, o a pesar de él, también conviven las colas de la humanidad: voluntarios llegados de todos los rincones de España, que se han propuesto levantar con sus manos la provincia de Valencia y volver a demostrar que, en esto de la solidaridad, somos potencia.
Mientras las víctimas de la catástrofe intentan levantar cabeza, en otra realidad paralela los políticos intentan escurrir el bulto de la responsabilidad. Ahora resulta que la consejera valenciana de Emergencias no sabía que, desde 2022, contaba con un sistema de alerta masiva para enviar a los móviles en una situación como la vivida. También ha trascendido que, aquel fatídico día, el Ministerio de Transición Ecológica tampoco supo dónde estaba el verdadero peligro: apuntó a una presa que no era el barranco que finalmente se desbordó. Pandilla de ineptos.
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