Aquí estamos de paso
Ola de calor
Uno tiene la extraña sensación de que se está perdiendo el futuro
Nos adaptamos a la ola de calor, dicen los expertos. Tiene sentido, porque la vida es una adaptación constante en plazos variables. La naturaleza se adapta, los animales se adaptan, estudiamos el mundo para conocer la forma en que todo él se ha ido adaptando para sobrevivir y progresar. El principio elemental e incuestionable de la impermanencia no es sino el ajuste al deterioro y los cambios de la vida. O sea, es el terreno habitual de nuestra existencia. Ahora bien, hay cambios que por veloces nos desconciertan y hasta nos irritan,y adaptaciones tan fuera de lugar, tan alejadas de los principios naturales, que necesariamente producen inquietud y desasosiego. La tecnología ha impulsado cambios a una velocidad tal que no hay tiempo de asimilarlos, de ver en perspectiva de dónde venimos y hacia dónde vamos, y, claro, eso obliga a ajustes constantes que han convertido nuestra existencia en una suerte de liturgia de la adaptación en la cual llegamos a aceptar cualquier incoherencia o desatino sencillamente porque es distinto y lo creemos avanzado. La gestión de la cosa pública lleva tiempo contaminada por este virus. Se traspasan líneas rojas, se dialoga con quien no se hablaría jamás, se desvirtúan los mensajes, se miente, se engaña conscientemente, se crean universos falsos y se reescribe la historia. Todo en nombre de la evolución, del progreso, de la necesidad de adaptarse. Eso las élites que tienen el poder político. Porque las otras, las que atesoran la llave de la tecnología ni siquiera dan explicaciones: actúan y punto. Influyen, engañan, condicionan, crean adicciones que benefician a su negocio y van construyendo una red de comunicación universal basada en la velocidad, el cambio constante y la supuesta infalibilidad de la tecnología que sostiene sus vidas, normalmente bastante regaladas. El sustento democrático del poder es cada vez menor y cada vez más lo aceptamos como normal. Que nos gobiernen los algoritmos y que el poder político se ejerza según los tiempos y las formas, ajustado a la velocidad de la evolución tecnológica más que a los ritmos biológicos de la naturaleza, incluidos humanos, es una realidad que más que inquietarnos debería haber despertado todas nuestras alarmas. Pero no. Aquí damos por bueno y verdadero lo que se hace viral en redes, aceptamos que los gobierno se relacionen con los gobernados a golpe de frasecita o puya, contemplamos divertidos cómo la inteligencia artificial se puede equivocar y hundir prestigios, o que las redes sociales, en particular las dominadas con trazas de imperio personal, se hayan convertido en un auténtico pantano de mentiras y manipulaciones. Si hasta nos parece normal que en la entrevista que le hace Musk a Trump en su red X, antes llamada tuiter, fallen el sonido, la imagen y todo que no debería fallar en semejante acontecimiento y en manos de uno de los gigantes del nuevo tiempo tecnológico del cambio. La pifian también ellos. Como los demás. Como todos.
Seguimos siendo humanos despreocupados y falibles. La tecnología que debía servirnos, y tiene capacidad para ello, está limitando nuestras posibilidades. Hemos aceptado no dominar nuestras vidas. Que lo hagan ellos. ¿Quiénes? No sabemos, o sí, y ponemos en ellos nuestra confianza ciega.
Confundimos liderazgo con control y adaptación con incoherencia; limitamos nuestras posibilidades de creación y conocimiento y como esto no es suficiente, las ponemos en manos de máquinas sin saber muy bien cómo las utilizarán.
Uno tiene la extraña sensación de que se está perdiendo el futuro. Pero quizá todo esto sea una ensoñación. El fruto de la ola de calor a la cual poco a poco me voy también adaptando.
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