Tribuna

El León de Oro a la película «La habitación de al lado» de Pedro Almodóvar

El buen cine, el cine de valores, es un instrumento para el conocimiento de la persona y de su dignidad, así como para la reconstrucción de una cultura de la persona y para ella misma

El día 7 de septiembre, la Bienal de Venecia acordaba su galardón, el León de Oro, a la película en «texto inglés» de Pedro Almodóvar, «La habitación de al lado». La película no ha sido presentada en España hasta el 18 de octubre, en versión original, subtitulada en español.

De entrada, uno se alegra de que ese galardón recaiga sobre un cineasta español y se quede en España.

Pero, ¿cuál es el arte?, ¿el mensaje?, los valores y el objetivo que esa película quiere trasmitir.

A través del cine se pretende generar hábitos de observación, reflexión, análisis, comprensión e interpretación por medio del pensamiento crítico.

La película ofrece belleza en paisaje y música.

Como técnicas de comunicación, ofrece un diálogo desigual, la decisión de la protagonista se impone a la sumisión de la amiga, que gentilmente acepta, sin aprobar, la decisión de la protagonista, y se limita a asistir a distancia desde la habitación «de abajo», y mostrando su afecto a la amiga… Los diálogos entre ambas son más bien monólogos, duros y fríos, sin ninguna reflexión profunda de tipo filosófico o espiritual, (que no quiere decir religioso, pero lo espiritual es parte integrante de todo ser humano), lo que hace que no sea posible un cambio de la decisión, ni siquiera provocar sentimientos de compasión. No hay ningún atisbo de Esperanza.

Esta situación lleva a pensar que la protagonista ha perdido todo sentido de la vida. Profesionalmente quizá haya tenido éxito y, la enfermedad ha cortado ese quehacer, pero amorosamente su vida ha sido un fracaso y ya no tiene sentido. No deberíamos olvidar al filósofo Emanuel Lèvinas, cuando escribe que el rostro del otro nos interroga, y afirma que: «Antes de la muerte hay siempre una última oportunidad, y si se muere, por falta de sentido, ... Somos todos responsables».

El buen cine, el cine de valores, es un instrumento para el conocimiento de la persona y de su dignidad, así como para la reconstrucción de una cultura de la persona y para ella misma.

En cuanto a los valores que este film trasmite, quiero resaltar el valor del respeto de una hacia la otra: de la amiga que respeta la decisión de la protagonista y se limita a un acompañamiento silencioso a la interesada y de ésta, que respeta la «no participación» de su amiga. No parece que se la haya ofrecido el recurso a los cuidados paliativos, más aún, en el Reino Unido o en USA, la atención del sistema HOSPICE, instaurado por Cecily Saunders con un acompañamiento personalizado e integral, tanto médico como humano, a la persona, al final de su vida.

Y me pregunto al final, lo que sería la primera cuestión: ¿Cuál es el objetivo, la finalidad de esa película?

Sin duda reforzar la decisión de la muerte ante el sufrimiento que provocaría un tratamiento doloroso que no se ve de grande utilidad. Es cierto que todo paciente tiene derecho a rechazar un tratamiento, pero una cosa es negarse a un tratamiento y otra respetar el derecho a la vida, como valor fundamental y superior al ejercicio de la autonomía personal.

Esta decisión de la muerte que muestra la película, no es un caso de eutanasia, pues no hay administración de la droga letal por un agente externo. Bien diferente del caso presentado en la película «Las invasiones bárbaras», de 2003.

Tampoco puede ser catalogada de «Suicidio Asistido», como lo sería la película «El paciente inglés» (1997, con 9 Oscar), al que se le facilitan unas pastillas cuando hay que dejarle solo y la enfermera debe partir.

Entonces, esta película solo presenta un caso de suicidio puro y duro. La persona se administra una droga ilegal, dice ella misma, y letal, que ha conseguido por internet.

No se cumplen aquí los requisitos para ser considerada una muerte legal, aunque se ha de decir, que no porque sea legal sería ética, que la ética está por encima de la ley, y marca el DEBER de lo que hay que hacer, «no todo lo que se puede hacer se debe hacer».

Y solo me queda invitar a dar a «la habitación de al lado» el sentido que le da San Agustín (354-430), en su 4ª carta: «La muerte no es nada, sólo he pasado a la habitación de al lado. Yo soy yo, vosotros sois vosotros.

Lo que somos unos para los otros seguimos siéndolo».

Y en ese mismo sentido se expresaba el filósofo francés Charles Peguy (1873-1914): «La muerte no es nada. Simplemente el pase a la habitación de al lado. Yo soy yo, ustedes son ustedes. Lo que fui para ustedes lo seguiré siendo siempre».

María Pilar Núñez Cuberoes médico y profesora de Bioética. Delegada de Bioética de la Asamblea española de la Orden de Malta.