Aunque moleste

La izquierda ultra no es solución

Pensar que la inseguridad y la inmigración ilegal no son problema es no saber lo que está pasando en Europa

El habitual coro de ministros de los lunes andaba ayer de celebración ante el triunfo de la izquierda extrema en Francia, llamada a convertir el vecino país en un lugar ingobernable. Macron, presunto liberal de ideas centristas, prefiere de aliados a los ultras de Mélenchon que a los de Le Pen, se supone que asumiendo sus ideas principales: antisemitismo pro-Hamás y un programa electoral repleto de propuestas comunistas, como aumentar el salario mínimo a 1.600 euros netos, más impuestos a las grandes fortunas, la edad de jubilación topada y sí a los inmigrantes, que son los que a la postre han dado la victoria al Frente Popular. No hay que ser muy visionario para percatarse de que lo que le espera a Francia es aún peor que aquello que los augures del apocalipsis vaticinan con Le Pen. Algo parecido a lo de aquí: persecución a la prensa y a los jueces, acabar con la división de poderes, políticas de género enloquecidas, endeudamiento creciente y dispendio en el gasto con subvenciones y subsidios para atar el voto cautivo. La izquierda de Mélenchon no es democrática, sino soviética, frentista y guerracivilista. Se ve que Macron lo prefiere a Marine Le Pen, y va a cometer el error de olvidar los motivos por los que ésta sube hasta representar al treinta por ciento del electorado. Marginar a un porcentaje tan relevante de franceses no parece gran idea. Votan lepenismo no por que sean ultras. Son personas cansadas de las políticas buenistas que han convertido muchas ciudades francesas en urbes inseguras donde predominan culturas que no tienen nada que ver con ellos.

Si Macron sigue haciendo oídos sordos a esos votantes, la escalada de la Agrupación Nacional continuará y pasará lo que en Italia. Meloni era fascista y los augures del centro-progresismo pronosticaban con su triunfo una hecatombe musoliniana en Roma, cosa que no ha sucedido. Más bien al contrario. Meloni gusta pese a no ser de centro ni socialista ni comunista, lo mismo que satisface a los húngaros Orbán, que acumula cuatro mayorías consecutivas en su país. Igual es que Orbán no es tan malo pese a ser de derechas y tener ideas propias sobre la inmigración. Habría que preguntarse por qué Macron en Francia no alcanza el mismo respaldo que Orbán y por qué Scholz fue arrollado en las últimas europeas en Alemania, y Sánchez gobierna en España pese a perder las elecciones. Parece como si fuesen más legítimos Macron, Sánchez, Scholz o Von der Leyen que la señora Meloni y el presidente húngaro.

La política de no atender las reivindicaciones de los votantes de los partidos nuevos no es inteligente. Son opciones que crecen porque las formaciones tradicionales han llevado a Europa a la situación en la que está, y respaldan a Orbán o Meloni porque gestionan mejor sus desvelos cotidianos. Pensar que la inseguridad y la inmigración ilegal no son un problema por el hecho de que se ocupen de ella partidos como Vox, es no saber lo que está pasando en Europa y España. Pueden levantar todos los muros y cordones sanitarios que quieran, porque inevitablemente va a llegar un momento en el que la presión de la calle será más fuerte que la propaganda. Sólo que entonces puede que sea ya demasiado tarde para ellos.