Tribuna
La fugacidad del acontecer
Ramón Tamames hizo una exposición rotunda, clara y rigurosa de «los males de la Patria»
Han pasado apenas diez días y convendría preguntarnos ¿qué queda de la moción de censura protagonizada por el profesor Tamames? ¿Apenas el estruendo provocado por el choque entre la indigencia intelectual, de la mayoría de nuestros políticos, y el saber personalizado en el candidato? Esperemos que no, porque la lección, escenificada en la sede de la soberanía nacional, sirvió para mostrar a los ciudadanos algunas cosas de importancia trascendental. La primera, la pugna entre la realidad que, a pesar de todo, se resiste a desaparecer y mutar en su deformación propagandística, a lomos de la mentira. Profetizaban muchos una enésima versión del esperpento nacional y, en cierto sentido, acertaron. Aunque se equivocaron completamente en el reparto de papeles para la función.
El presidente del gobierno se encargó de dar las pautas para la representación. Su discurso, plúmbeo y plano, trató de soportar la imagen de una España, cuyo parecido con la realidad, venía a ser de coincidencia imposible. Un lugar mágico gracias a las virtudes excelsas del sr. Sánchez, coloso sin par, vencedor de la pandemia, las secuelas del cambio climático y la guerra de Ucrania. Por un momento, pareció el jefe de la UME. No hizo falta ni curvar los espejos para apreciar lo esperpéntico de tan mendaz imagen.
Tras el engaño, el victimismo, según él, su gobierno, es víctima de las asechanzas perversas de la derecha y de la extrema derecha. El progreso, cosa exclusiva de la izquierda y de la extrema izquierda, se ve amenazado por los enemigos de los trabajadores, de los autónomos y de la clase media. Argumento ramplón para justificar lo injustificable. Esa España inventada, hija del embuste, cubierta de subsidios, trampas y despilfarros era presentada como un dechado de éxitos. Nosotros solos somos los buenos, nosotros solos, ni más ni menos, repetía mil veces.
Malo es tal embeleco. Sin embargo sería peor que su mendaz inventor llegara a creerse sus propias mentiras. Fue sólo un momento pues el fabulador dio muestras claras de saber que su relato era falso de la «a» a la «z». Lo más grave es que no le importa. En esa línea de despropósitos, amenazas y victimismo se situó la intervención de la vicepresidenta segunda del gobierno. Perpetró otra pieza oratoria fantástica. Se presentó como la más eximia constitucionalista del país, teórica y práctica. Aprovechó para celebrar el mitin bautismal de su partido. Un feminismo aberrante y radicalmente sectario ocupó la escena. Sonó más amenazadora que las intervenciones de la derecha.
Emparedado entre ambos ¿oradores? Ramón Tamames hizo una exposición rotunda, clara y rigurosa de «los males de la Patria». Pasó revista a los problemas económicos y sociales; denunció los errores del Ejecutivo y puso de manifiesto el desastre creado por las últimas leyes del gobierno «sí es sí», del cambio de género, y tantos otros errores. Trajo a colación la mal disimulada catástrofe de nuestra política exterior (entre el secretismo y la idocia); llamó la atención sobre el problema del paro, de la vivienda, de la Deuda Pública, de la situación insostenible y sin horizonte en la que viven buena parte de los jóvenes y demandó un proyecto de país capaz de despertar la ilusión y la confianza en nuestras posibilidades. Se rebeló contra quienes pretenden destruir la España constitucional y derribar la monarquía, por cualquier medio; la manipulación de la Historia común y, en particular, la disparatada fábula sobre la II República… Lo mismo que piensan la mayoría de los españoles que piensan.
Una fila inacabable de parlantes, poco más que en nombre propio, siguió durante la sesión de la tarde. Casi nadie les prestó la menor atención, salvo casos esporádicos. Mientras los portavoces del separatismo vasco y catalán siguen en la misma línea de egoísmo y mezquindad que advertía Baroja. La segunda sesión, más de lo mismo. Un discurso insípido de la sra. Gamarra, y la preocupante intervención de un tal López dieron pie a las réplicas del candidato. Reconoció lo mejor de lo escuchado y respondió a sus detractores. Estuvo brillante, irónico a veces, demoledor siempre para quienes no fueron capaces de mantener el respeto imprescindible. Lástima que muchos «periodistas» tampoco lo hicieron.
No vendría mal colocar una placa, a la entrada del salón de plenos, en la cual pudiera leerse la exhortación de San Pablo a los efesios: «Ninguna palabra corrompida salga de tu boca». Claro está que el más furibundo espantapájaros y el más más indecente de cuantos trataron de descalificar, desde la ofensa personal, al candidato, no han leído al apóstol de los gentiles; pero acaso y especialmente porque podrían encontrarse en la Epístola a los Tesalonicenses 3.10 con aquello de que «si alguno no quiere trabajar que no coma». Si bien tampoco se cuentan, seguramente, entre los lectores de Lenin por el mismo problema.
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