Opinión
«¡Fuera los nabos de nuestros lavabos!»
Las viejas consignas del feminismo se han visto superadas por otras nuevas que se alejan de lo nuclear
En medio de la profusión de Días Internacionales que promueven todo tipo de causas desde las más generales hasta las más folclóricas, el 8-M: Día Internacional de la Mujer, se ha convertido en una jornada muy valiosa para celebrar en todo el mundo los avances hacia la igualdad de género, pero también los retrocesos, las persecuciones y abusos. Afganistán e Irán nos han enseñado este año que en algunas partes del orbe el progreso para eliminar las barreras a la plena emancipación femenina y el estigma del sexo débil no sigue, lamentablemente, una trayectoria lineal y ascendente. Todo lo contrario. Está lleno de obstáculos y amenazas.
En Kabul se han reabierto esta semana las universidades, pero sigue prohibida la entrada a las mujeres. En Teherán, la participación en las protestas contra el velo se ha castigado con ejecuciones en la plaza pública.El oscurantismo y la barbarie condenan a las mujeres como ciudadanas de segunda sin plenos derechos. Se les niega el acceso a la educación, a elegir cómo vestirse, cómo vivir o con quién reunirse. En la China del siglo XXI de Xi Jinping, que hoy se consagra como el presidente con más poder desde la etapa de Mao, no hay lugar para las mujeres en los puestos de decisión. Autoritarismo y misoginia van siempre de la mano.
Pero, incluso en Europa, el paraíso de la democracia y el Estado de derecho, todavía se paga menos a las mujeres que a los hombres por el mismo trabajo. Las mujeres todavía se ocupan mayoritariamente de las tareas domésticas y son las que renuncian a sus carreras por atender al cuidado de los hijos o de los mayores. Los bajos salarios les impide que puedan permitirse una guardería o contratar a una empleada del hogar. En España, la subida artificial del SMI, es decir, producto de una decisión política, pero no de un crecimiento sostenido y generalizado de la economía, convierte cualquier tipo de ayuda doméstica en un privilegio reservado para unos pocos. Para más inri, todavía existe un número insoportable de mujeres que sufren cotidianamente la lacra de la violencia doméstica. Todo esto nos demuestra que queda un largo camino por recorrer para alcanzar la igualdad real de genero.
Por eso, causa perplejidad la división política del feminismo español que constituye una excepcionalidad ibérica. La «ley trans» provocó un cisma dentro del movimiento transversal que se ha agudizado con el fiasco de la «ley del solo sí es sí» tras la excarcelación de más de 700 agresores sexuales. Sus víctimas no han tenido nada que celebrar en este 8-M. En medio de esta sacudida, las viejas consignas sobre el fin de la violencia de género, de la brecha salarial o de los «techos de cristal» se han visto superadas por nuevos eslóganes como el de «fuera los nabos de nuestros lavabos» que, en mi opinión, alejan el debate de las cuestiones nucleares y urgentes. Las reivindicaciones justas de igualdad se han intentado patrimonializar por parte de una izquierda que ha excluido al centro derecha y se ha enfangado en una guerra fratricida por la defensa de las minorías. La mitad de los españoles cree que el feminismo actual no representa a todas las mujeres y que promueve un enfrentamiento entre los dos sexos. Alguien debería asumir la responsabilidad de haber corrompido este movimiento. Si es que todavía queda algún adulto en la habitación.
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