Letras líquidas

Fallos en cadena

El antes y el después del 29 de octubre (estremecedoras las palabras de Santiago Posteguillo en el Senado) apuntan a los múltiples factores

Hace años me tocó cubrir el accidente de Spanair. Aquel 20 de agosto de 2008, que se presentaba como una monótona jornada de información veraniega, se convirtió a mediodía en la fecha imborrable de una de las mayores tragedias de la aviación española. El vuelo JK5022 se estrelló, apenas unos segundos después de despegar del aeropuerto de Barajas: fallecieron 154 personas y comenzó un dramático periplo para supervivientes y familiares a través del que esclarecer las causas del accidente. Mucho antes de que se llegaran a fijar las responsabilidades, aquella misma tarde, entre el caos y la confusión, un experto en aviación internacional respondió rotundo a la pregunta que le formulé sobre el motivo del fatal desenlace: «Cuando se produce un incidente de estas dimensiones nunca hay una única causa. Siempre se suman errores en cadena». Las conclusiones de las investigaciones, un largo juicio y el tiempo transcurrido desde entonces han venido a confirmar su tesis inmediata: factores de mantenimiento, la situación económica de la aerolínea y diversas cuestiones técnicas que impidieron la activación de la alarma que habría evitado el colapso se aliaron para el terrible final. Y, ahora, que el cataclismo que nos impacta, por cercanía temporal y lo sobrecogedor de su dimensión, se plasma en la Dana en Valencia, resulta inevitable recurrir a aquella respuesta que apelaba a lo múltiple como explicación del horror. Aún a la espera de que nuestra democracia asuma las auditorías independientes y aguardando a esos expertos sin afanes partidistas que determinen las causas que han arrasado con la Huerta Sur, el interrogante de cómo ha sido posible alcanzar ese nivel de destrucción sigue ahí, exigiendo un veredicto. El antes y el después del 29 de octubre (estremecedoras las palabras de Santiago Posteguillo en el Senado) apuntan a los múltiples factores. Y esa teoría, que se aplica a las catástrofes, aéreas o climáticas, es válida también para los desastres y los deterioros políticos e institucionales. Esos que vemos cada día.