Tribuna

De la energía nuclear al gas argelino

El resultado, no hay duda de ello, es que se fía la futura producción de electricidad a los combustibles fósiles por un periodo indeterminado

Las siete centrales nucleares tienen los días contados. El Gobierno ha reafirmado la voluntad de cerrarlas, todas, en once años. Sí o sí. Empezando por la extremeña Almaraz. Le van a echar el cierre en 2028. Almaraz es la central nuclear que produce más electricidad anualmente. Pero no sólo es eso. También es la mayor industria de Extremadura. Lógico que se pregunte la cacereña María Guardiola por qué tanta prisa para cerrarla. Nada que no haya dicho en otras latitudes la UGT cuando muestra su preocupación por la suerte de la Ribera del Ebro (Cataluña) para cuando baje la persiana Ascó. El impacto sobre el territorio se va a asemejar a un tsunami.

Almaraz con sus dos reactores es la principal central nuclear. Aunque no es la comunidad de Extremadura la que mayor electricidad produce. Cataluña lidera ese ranking, con diferencia, gracias a sus tres reactores nucleares. Dos en Ascó y uno en Vandellós. Más del 50 por ciento de la electricidad que se genera en Cataluña sale de esos tres reactores, frente a un exiguo 16 por ciento producida por las renovables. La dependencia nuclear de Cataluña es apabullante. Con lo que pretender que en menos de once años se habrá cubierto ese diferencial parece más una cuestión de fe irracional que de raciocinio.

El cierre a cal y canto de las nucleares plantea otras dudas. De carácter territorial, económico y también medioambiental. Lo que, sin duda, es un contrasentido si precisamente se trata de proteger la vida, la sostenibilidad, el planeta. Recitar hasta la extenuación que vivimos asediados por el cambio climático como principal problema de la humanidad y que la actual fase, acorde con el deterioro de la capa de ozono y el calentamiento global, es de «emergencia climática», da que pensar. Si resulta que las centrales nucleares no emiten el temido CO2 y que para colmo la implantación de las renovables es renqueante y no cubre ni de lejos la demanda ¿no estamos a todas luces ante una paradoja que deviene una enmienda a la totalidad a la «emergencia climática»?

El resultado, no hay duda de ello, es que se fía la futura producción de electricidad a los combustibles fósiles por un periodo indeterminado. Gas, preferentemente. El combustible fósil menos contaminante, cierto, por debajo del carbón o del petróleo. Pero, en definitiva, poderoso emisor de CO2, la principal amenaza. Además de otras partículas altamente tóxicas que resultan de su combustión. Con lo que predicar que el imprescindible reto global, de máxima urgencia, es reducir drásticamente la emisión de gases contaminantes que acentúan el efecto invernadero se asemeja, ante esta perspectiva, a una quimera. Las renovables son el futuro. Pero hoy siguen necesitando un complemento. Porque al contrario de las centrales nucleares no producen electricidad 24 horas al día sin interrupción, 365 días al año. Las renovables dependen de los elementos. Les afectan –quedan en stand by– los días sin viento o nublados. O la sequía a las hidroeléctricas.

La Unión Europea se fijó como último objetivo, Acuerdo de París, una reducción del 55% (anteriormente el objetivo era del 40%) de los gases que provocan el efecto invernadero para 2030 respecto a los baremos de 1990. Pues bien, para 2030 el Gobierno español habrá cerrado ya cuatro de las siete centrales nucleares operativas: Almaraz I, Almaraz II, Ascó I y Cofrentes. Sin que –y eso es lo grave e incomprensible- haya previsión alguna de cubrir ese diferencial con la puesta en marcha en paralelo de un parque de renovables que produzcan la electricidad equivalente. No se atisba posibilidad alguna de que así sea. Ni con las previsiones más optimistas. Y si bien en algunas comunidades la implantación de renovables (las Castillas, Aragón, Extremadura y Galicia ) es ejemplar en volumen, en otras comunidades es decepcionante. No sólo en Cataluña. La situación de Madrid no es precisamente ejemplar. Y para más inri está en el furgón de cola en lo que a producción global de electricidad se refiere pese a liderar la demanda. Madrid no produce ni el 5 por ciento de la electricidad que consume. Cataluña, pese a sus tres reactores nucleares, no cubre la totalidad de su demanda, se queda en el 90 por ciento. Con una enorme diferencia. La provincia de Girona se resiste a tener producción eólica alguna mientras Tarragona cuenta con el 65 por ciento, además de toda la nuclear catalana.

Pese a estos datos no es menos cierto que España, tras Alemania, es el segundo país de la Unión Europea en lo que a renovables se refiere. La energía nuclear supone poco más del 20 por ciento del global. Equivalente a la eólica. Pero algo chirría cuando se fía el futuro a la quema de gas como complemento. Gas que se importa de países como Argelia que no son precisamente ejemplo de estabilidad. Sin olvidar que fue el precio del gas el que en su día disparó el precio de la electricidad.