Letras líquidas
La emoción social y 2027
Tras dar por estrenada la XV Legislatura podemos afirmar que la incertidumbre, variante ansiosa del miedo, impregna la atmósfera patria
Aunque se creía que el ser humano era capaz de experimentar hasta seis emociones, la ciencia concluye ahora que todo el universo anímico de una persona se concentra tan solo en cuatro: miedo, rabia, tristeza y alegría. Todo lo que nos mueve, impulsa, ralentiza, frena o condiciona se encaja en alguna de ellas y nos predispone a actuar o a dar un tipo de respuesta concreta frente a los constantes estímulos que recibimos. Si cada uno analiza sus comportamientos, probablemente y con poco esfuerzo, será capaz de discernir la emoción que los desencadenó, la intensidad con la que lo hizo, si solo fue una o fueron varias de ellas combinadas, y con esa información bien engastada tendrá más capacidad para ratificarse en sus reacciones o modificarlas.
Más complicado se antoja detectar las emociones colectivas. No existen, en realidad, medidores específicos que permitan identificarlas y decidir cuál es la predominante en cada momento. Hay circunstancias, eso sí, que por su especial intensidad y su capacidad para contemporizar a millones de ciudadanos reflejan determinados estados de ánimo con nitidez: en nuestra memoria reciente están incrustadas la rabia y la tristeza tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco o el atentado del 11-M y, en el otro extremo, la alegría por los triunfos de las selecciones de fútbol en el Mundial de 2010 y en el del pasado mes de agosto o por las victorias épicas de Nadal. Con los asuntos políticos suele ocurrir que las sensaciones nunca están tan claras: van por barrios. Pero, tras dar por estrenada la XV Legislatura sí podemos afirmar que la incertidumbre, variante ansiosa del miedo, impregna la atmósfera patria y pone de acuerdo a unos y a otros, de hecho, a (casi) todos. El motivo de esa coincidencia, tan extraña en tiempos polarizados, no es otro que la concurrencia de tal suma de incógnitas y elementos desestabilizadores que nadie puede escapar de la inquietud.
¿Se mantendrá la igualdad entre todos los españoles? ¿Se descompondrán los equilibrios territoriales? ¿Avanzaremos hacia otro modelo de organización territorial? ¿Aumentarán los choques institucionales? ¿Se garantizará el respeto a la separación de poderes? ¿Los representantes de partidos independentistas redoblarán sus órdagos rupturistas? ¿Desestabilizarán con sus escenificaciones al Gobierno? ¿Desprestigiarán la reputación de nuestra democracia a través de verificadores internacionales aún no verificados? La suma de todas estas dudas condensa el reto de mayor dimensión y profundidad de las últimas décadas al que se enfrenta España: no quebrar la convivencia ni la confianza en el Estado de derecho. Y del éxito o el fracaso ante tal desafío dependerá, sin duda, la emoción social de 2027.
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