Los puntos sobre las íes
La doctrina de la chulería política
Éste se cree Franco redivivo, con la única diferencia de que el dictador no iba de demócrata por la vida y él sí
Que Sánchez es un chulo resulta tan perogrullesco como decir que Michael Jordan es el mejor baloncestista de la historia. Una obviedad al cubo. Tan encomiable fue su resurrección en la Secretaría General tras haber sido descabalgado de muy malas maneras como despreciable la prepotente forma en que ha ejercido el poder desde entonces. Sus sicilianas maneras de llegar a La Moncloa, con prevaricadora morcilla en la sentencia de Gürtel, su afán por viajar en Falcon al precio que fuera, incluido el de pactar con los asesinos de 856 españoles, y su autocrática manera de ejercer el poder demuestran una arrogancia rayana en la psicopatía que nunca se había observado en la segunda magistratura más alta del Estado. Éste se cree Franco redivivo, con la única diferencia de que el dictador no iba de demócrata por la vida y él sí. Y con la elocuente particularidad de que gobierna pese a que perdió las elecciones y quedó a 55 escaños de la mayoría absoluta. Su forma de conducirse se resume en un aserto más propio de un chuleta madrileño que de un primer ministro: «¡Que no quieres caldo, pues toma dos tazas!». Sus amenazas constantes a los «pseudomedios», con Okdiario en el centro de todas sus dianas, son el primer gran ejemplo de su matonismo. Su sostenella y no enmendalla con ese Bildu que es ETA constituye otro ejemplo de su indisimulada prepotencia. Lejos de romper con ellos, los ha convertido en sus más estables socios de gobernabilidad en una love story que reduce a la insignificancia la de Romeo y Julieta. ¡Que no queréis ETA, pues vais a tener ETA hasta en la sopa! La ley liberavioladores de Irene Montero representa otro ejemplo de manual: la defendió con uñas y dientes, la tildó de «gran conquista feminista» y sólo la modificó cuando había beneficiado a 1.300 de estos monstruos. Tres cuartos de lo mismo ha acontecido con esos viajes a Brasil e India, adonde se llevó a su cuatro veces presunta corrupta mujer, practicando por la vía de los hechos las celebérrimas palabras de Maradona: «¡Que la chupen y la sigan chupando!». Pero donde más se ha ejercitado en el innoble arte de la chulería es en las no-dimisiones que suceden a todos y cada uno de los actos de corrupción que jalonan su sucio mandato. La semana pasada señalaba en esta misma columna que ha dinamitado la doctrina de las responsabilidades políticas, ésa que invita a un gobernante a irse por donde ha venido tras un error monumental o una fundada sospecha de mangancia. A Ribera no sólo no la bota tras su responsabilidad nivel dios en el apocalipsis de la DANA o por sus tejemanejes con Aldama sino que la mantiene de comisaria europea. Ángel Víctor Torres sigue ahí más chulo que un ocho tras haber intentado extorsionar al empresario madrileño, que es más víctima que victimario. Carlos Moreno, jefe de gabinete de María Jesús Montero, ha sido elevado a los altares pese a que exigió 25.000 del ala de comisión. Y Santos Cerdán, el segundo de facto del PSOE, beneficiario de una mordida de 15.000 euros, será revalidado hoy en Sevilla. Armengol y Marlaska continúan en el machito pese a que están hasta las trancas en el estercolero de las mascarillas. Sánchez hace lo propio aunque su mujer y su hermano son ya tetraimputados con todas las de la ley y a él poco le falta. Y a Lobato lo matan precisamente por lo contrario: por denunciar la golfería. Lo dicho: la doctrina de la chulería política ha sustituido a la de las responsabilidades políticas. ¡Viva Banana Republic!
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