Marina Castaño
Una especie renovada
Detesto las generalizaciones. «Todas las generalizaciones son falsas, incluso ésta» es una máxima que llevo hasta sus últimas consecuencias. No todos los catalanes son estúpidos, no todas las mujeres fingen el orgasmo, no todos los gatos son pardos por la noche, y todo así. Tampoco todos los hombres piensan en sexo diecinueve veces al día, ni tienen ganas de «eso» todo el rato, ni todos ellos son machistas, ni siquiera tan básicos como algunas arrogantes creemos. Es hora de romper una lanza en favor del varón, que en otro tiempo fue tan dañino y tan despectivo con el género femenino, porque la guerra de sexos ha terminado al fin en el mundo civilizado. Quiero excluir, como es de suponer, a los países musulmanes, donde la mujer es un algo inexistente y maltratable, donde la vejación y la humillación es el deporte favorito, donde la lapidación es un espectáculo que cuenta con numeroso público, un público que aplaude el ejemplo que se exhibe. No, me refiero al mundo civilizado, donde todavía nos queda camino por recorrer y donde hay que eliminar de un plumazo la violencia de género, pero eso es como pretender que desaparezcan de la faz de la tierra los psicópatas, que son imprevisibles. Pero el árbol de los malnacidos no nos impide ver el bosque donde habita esa liga de hombres extraordinarios que existe y que son capaces hacer trizas el tópico del hombre de amigotes y taberna, del zángano de la colmena que deja sobre los hombros de su pareja el peso de la vida, del que tiene a la parienta sola y aburrida en casa preparando la sopa para cuando él llegue. Demos a cada cuál el sitio que le corresponde y también un voto de confianza al varón, como una especie renovada.
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