Cataluña
¿Qué puede hacerse?
Muchos son los jinetes del Apocalipsis que trabajan en este momento contra España, entre otros, el terrible problema económico, el problema de los separatistas, que, como siempre, aprovechan los momentos débiles de España y la raíz de todo: la falta de solidaridad de muchos ante esos y otros peligros. En suma, la prevalencia del egoísmo, que sustituye al respeto democrático a los resultados de las elecciones y al interés general del país. Con ello llega el crecimiento del griterío y la violencia, con razón o sin ella, contra los intereses de todos. El caso es que el PP tenía un programa que fue aceptado por una sensible mayoría. Programa quizá insuficiente, no cortaba de raíz los planes de ETA ni proponía la ilegalización de los separatismos ni la reducción radical de gastos no asumibles por el Estado. En todo caso, ése era el programa. Y hace agua por muchos puntos y la oposición, o tal o cual sector de la misma, aprovecha para tratar de anular aquella victoria por medio de toda clase de algaradas, de interferencias con la legalidad y la justicia, todo ello con un clamor indiscriminado que no deja trabajar ni vivir, con propuestas de pactos que intentan tan sólo anular la victoria democrática, reinstaurar su propio poder.
La ola del separatismo, artificial, irracional, egoísta, mentiroso, crece. Los que lo apoyaban para arañar unos votos, como los socialistas, ahora se ven repudiados: ¡los socialistas catalanes votan con los separatistas y el PSOE se desintegra en la inanidad a ojos vistas! A su vez, los socialistas vascos tienen que acomodarse a los separatistas acabarán por ser devorados. Y los dirigentes más españoles, de Nicolás Redondo a Antonio Basagoiti, son prácticamente anulados, como antes María San Gil y tantos otros. A los socialistas se les ha caído, igual que a tantos, la «E» de España.
Éste es un panorama complicado porque ni siquiera podemos decidir por nosotros, somos los mendigos de un sistema, llamado Comunidad Europea, que es nuestro amo, un amo con el que es difícil entenderse. Negociamos con él, tironeados por todos esos buscadores de poder dentro de España, de poder justificado simplemente por sus particulares intereses. ¡Y qué decir de los múltiples antisistema que no dejan vivir, no aportan otra cosa que la violencia programada y crear el miedo a que una represión ponga las cosas peor todavía!
Éste es el paradigma de las democracias desestabilizadas, desde la griega de Pericles a la nuestra española del 31. La democracia es una planta delicada, le llega la catástrofe si no es bien cuidada, de esto escribía yo en «ABC». Y aquí, en LA RAZON, sobre la insensatez del llamado derecho a decidir, es decir, derecho a suicidarse, si la decisión proviene de un grupo ambicioso y ciego, de mala fe además, como el que es la desgracia de los catalanes y de todos.
Y la debilidad es el tercer factor del desastre: el haber tolerado que la Constitución sea muchas veces letra muerta. Pero quizá el mayor motivo de esperanza sea que la situación es tan nefasta que va a obligar al país a reaccionar. Ciertamente, nos queda confiar, al menos a la larga, en una recuperación, aunque sea por propio interés, de los valores solidarios. De muchas desgracias galopantes han sido capaces de escapar, antes o después, los hombres. Yo vi Frankfurt en el cincuenta y pocos, qué les voy a decir. Así, tanto desastre puede ser la raíz de su remedio: abrir los ojos, actuar. Con problema y dolor para todos se está reaccionado ya en la economía, con más o menos éxito. Se han descubierto, además, las raíces del problema. Porque da la impresión de que las línea generales de la política de las naciones occidentales, a saber, la búsqueda de la igualdad y la felicidad económica de todos, exigida por todos y gestionada por un Estado-Providencia, es, según van las cosas, de momento, inviable, como mínimo. Pero, sobre todo, el mayor motivo de optimismo, de optimismo doloroso, es que, ¡al fin!, se han tomado decisiones en el tratamiento del problema catalán, ese cáncer difundido por una minoría de fanáticos: el Tribunal Constitucional se ha enfrentado al Parlamento separatista y el Gobierno ha anunciado más acciones de este tipo, si sigue la desobediencia a los organismos y tribunales españoles, a los tribunales democráticos (hoy mismo no atienden a la decisión del TC). Una conducta propia de la selva y que ha sido hasta ahora tolerada. Priva a los catalanes y a los españoles todos de su derecho a ser respetados. Que puedan, por ejemplo, aprender y hablar nuestra lengua, como exige la Constitución que ellos votaron. Porque yo leo en su artículo 155, que hasta ahora ha sido letra muerta con perjuicio para todos, los pasos que el Gobierno está autorizado a dar para obligar a una comunidad autónoma, Cataluña por ejemplo, si actúa de forma que atente gravemente al interés general de España. «Para obligarla», dice la Constitución, «al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del citado interés general». Esto es lo democrático, así han procedido los ingleses en Irlanda. Anulando la autonomía hasta que funcione.