Escritores
Lorena Enebral
Que el mundo no está hecho de átomos sino que está hecho de historias, tal y como escribió Eduardo Galeano, hace que, pese a todo, sepamos que el mundo es un buen lugar donde estar, en parte, gracias a personas como Lorena Enebral Pérez que trabajan para que así sea. Lo malo es que sólo reconozcamos ese trabajo cuando algo malo sucede, cuando un titular nos despierta, cuando la muerte de alguien nos enseña su vida. Lorena era una cooperante del Comité Internacional de la Cruz Roja que llevaba desde mayo de 2016 trabajando en un hospital del norte de Afganistán. Tenía 38 años y trabajaba como fisioterapeuta en un centro ortopédico de la ciudad de Mazar-e-Sharif. Sus pacientes eran niños, mujeres y hombres con problemas de discapacidad a los que ayudaba a recuperar sus vidas, según sus compañeros, con una vitalidad contagiosa y una sonrisa que le hicieron tan querida como conocida. Hace una semana, uno de sus pacientes le disparó con un arma que escondía en su silla de ruedas. Tuve la oportunidad de escuchar su voz en un programa de radio. Lorena sonaba a vida, a optimismo, a ganas de hacer cosas y hacerlas por los demás. No sé qué puede llevar a alguien tan vitalista a viajar a un lugar sinónimo de muerte. Ahora lo sabemos; tarde, pero lo sabemos. Decía Dostoyevski que el secreto de la existencia humana no sólo está en vivir sino también en saber para qué se vive. Lorena tenía claro para qué vivía, y por paradójico y cruel que parezca, fue lo que le llevó a la muerte. Hoy hace 9 días de su asesinato. Desde entonces han pasado muchas cosas, hemos conocido muchos nombres propios, pero convendría que el de Lorena, así como su historia, quede en nuestra memoria, esa que flojea por saturación de sucesos, efemérides y recuerdos. Tenemos la vida llena de nombres innecesarios con historias sin el menor interés. A Lorena, como a tantos otros como ella que no salen en los medios y que sus nombres no son conocidos, le debemos un recuerdo, un reconocimiento y un agradecimiento sincero por hacernos recobrar la fe en la humanidad. Gracias, Lorena.
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