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José María Marco

La crisis perpetua

La Razón La Razón

A la ley electoral vigente se le atribuye parte de la responsabilidad del denostado bipartidismo. La realidad es que en los últimos años la legislación electoral ha demostrado una flexibilidad y una capacidad de integración que casi nadie esperaba. De dos partidos, hemos pasado a cuatro y todo indica que de esos cuatro, al menos tres conforman un grupo de cabeza bastante igualado.

Por otro lado, el acercamiento de Ciudadanos a Podemos para reformar la ley electoral puede resultar tóxico para los primeros, al poner en duda su imagen de moderación. Imagínese usted a Macron negociando con el ultraizquierdista Mélenchon. ¿Por qué, entonces, esta propuesta de reforma?

Lo que se sabe de ella anticipa una dispersión de la representación, en detrimento (ligero) de los dos partidos tradicionales.

Esto debería fomentar las coaliciones, una de las señas de identidad más conocidas de la ex «nueva política». Se podría haberse puesto en práctica desde las elecciones de 2015, pero no ha sido así.

Cierto que se ha llegado a un acuerdo de legislatura y a otro, relevante, sobre la aplicación del artículo 155. Son acuerdos de mínimos, sin embargo, y no han bastado para relanzar la agenda reformista paralizada desde que el Partido Popular perdió la mayoría absoluta. De juzgar por lo ocurrido, lo que nos espera con las previsibles propuestas de Ciudadanos y Podemos es una parálisis aún mayor: un acercamiento, aunque sea lento, al modelo italiano.

Como ninguno de los dos partidos de la «nueva política» ha logrado desbancar del todo a los predecesores, se trataría de ir sometiendo a estos a un desgaste permanente, con la bandera añadida de la marginación del nacionalismo y, tal vez, la incorporación de más de un millón de votantes de entre 16 y 18 años.

Como se ve, hay un poco para todos, sobre todo para redorar los blasones de lo «nuevo». Lo fundamental parece ser conseguir mediante una reforma electoral –un «gerrymandering» a la española– lo que no se logra con los votos.

Como la crisis no ha hundido la representatividad del sistema, hagamos de la crisis nuestra forma de representación.