Ely del Valle
El inmaduro Nicolás
Venezuela le ha dado 72 horas de plazo al embajador de España para que ponga pies en polvorosa, y me imagino que él estará encantado de dejar el país que el inmaduro Nicolás ha convertido en una pesadilla. España, como respuesta, ha hecho lo propio con el embajador de Venezuela, que ese sí que lo tiene chungo por mucho que la élite política afín al del chándal goce de una vida mucho más cómoda que la gran mayoría de sus compatriotas. Es posible que los dos diplomáticos se crucen en algún punto sobre el oceáno Atlántico, uno yendo hacia lo que podría ser un paraíso y ha dejado de serlo hace mucho tiempo y el otro regresando a un país y a un continente que, por mucho que le fastidie a ese chavismo de pésima factura que está matando la democracia a poquitos, tiene la libertad como principal materia prima.
El problema es que el resto de españoles que residen en Venezuela se quedan ahora desprotegidos frente a un mandatario que desgobierna a golpe de rabieta y al que le pone mucho más ser el protagonista del show que el respeto que le pueda tener el resto del mundo. Se supone que la próxima será tomar represalias contra alguna empresa española – los básicos son sumamente predecibles– y habrá que ver cómo se las arregla el Gobierno para evitarlo sin tener que soportar humillaciones ni pataletas de un señor al que habría que mandarle como embajadora de Europa a Marlene Wind, la flamante directora del Centro de Política Europea que le sacó los colores a Puigdemont esta semana en su viaje a Conpenhague, y que hoy por hoy parece la mejor opción para conseguir, a base de bofetadas dialécticas bastante más fundadas y mucho mejor construidas que a las que nos tiene acostumbrados Nicolás, que es más de exabruptos que de desarrollo de tesis, poner a raya al único presidente cuya actitud y apellido constituyen un permanente oxímoron.
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