Cristina López Schlichting
Cuando Pablo despreció a la difunta
Hay una forma de odio peor que el odio. Detestar a un enemigo es malo, pero comprensible. Sin embargo, convertir ese odio en sistema social es letal para las naciones. Históricamente nos quedan muy recientes los intentos del nazismo o del comunismo de dividir las sociedades en buenos y odiosos. A los odiosos no bastaba con fusilarlos o confinarlos en campos y gulags, sino que su memoria debía ser exterminada. Para eso se quemaban sus libros y proclamas, se borraban nombres de las crónicas y se deportaba a sus parientes. A este lamentable tipo de saña me ha recordado tristemente la ausencia de Podemos cuando se guardó ayer un minuto de silencio en la Cámara por la memoria de Rita Barberá.
Ni la muerte ha impedido que Pablo Iglesias reiterase que la alcaldesa histórica de Valencia no se merecía homenaje alguno. El gesto es de una mezquindad llamativa. En la Cámara no se pretendía vindicación alguna, sencillamente era el gesto de recuerdo de los senadores a la que había sido su compañera. Pura y llanamente una cuestión de humanidad. Pero la compasión no forma parte del bagaje político de Podemos.
En su justiciera versión de la realidad no hay tregua ni concesión a las debilidades del espíritu. La norma pura, flamígera y eterna, separa ovejas de cabritos y exige arrojar al fuego a quienes transgredan la Ley. La política siempre. No hay piedad contra la casta.
Lejos de mí creerme mejor que los de Podemos. Estoy segura de que la mayoría me supera mucho moralmente. Pero hablamos de piedad, de pura y llana compasión. Y la sociedad que ellos quieren excluye estas mundanas debilidades. Reclama justicia pura, igualdad pura, ley pura. Frente a este ideal monstruoso, ni Rita ni yo tenemos nada que hacer. En ese mundo impoluto no cabe nadie que en 24 años de servicio en el consistorio de Valencia o tras una vida de trabajo político haya metido alguna vez la pata.
Rita Barberá ha muerto inocente. Ningún juez la había condenado. No se le pudo probar nada, ninguna conexión valenciana de Gürtel, Nóos o Taula. Pero el dedo de Iglesias ordenó a sus conmilitones que abandonaran la sala, no fuesen a contagiarse de inmundicia. Qué horrible perspectiva la de una sociedad tan buena, casta, íntegra que nos excluya a todos, excepto a Ramón Espinar –alias «Don Piso»–, Tania Sánchez –que «jamás» iba a estar en Podemos–, Íñigo Errejon –inhabilitado por la Universidad de Málaga por cobrar indebidamente becas– o demás visitantes entusiastas del régimen de Maduro.
Todavía recuerdo, en mis años de enviada especial por el este de Europa, el espanto que me sobrecogía ante la crueldad de las purgas internas hacia la gente del partido que «traicionaba» el ideal del líder de turno. La memoria me ha vuelto, vívida, cuando Pablo Iglesias ha despreciado a una muerta. Rita Barberá, que era una profunda cristiana, nos estará viendo desde arriba y se sonreirá ante tanta miseria. Sic transit gloria mundi. También para Stalin.
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