Angel del Río

Atrincherados

Un grupo de radicales han querido hacer de la universidad su trinchera, tomarla como suya, y desde allí proyectar sus algaradas, no exentas de violencia, en estos días en los que las revueltas parecen responder a una hoja de ruta trazada contra el gobierno legítimo de España. Las protestas de estudiantes, como consecuencia de una huelga general convocada en todo el país, han sido aprovechadas por algunos violentos para protagonizar encierros, montar barricadas incendiarias, provocar a la Policía y establecer una especie de guerrilla urbana. Es lamentable que algunos de ellos sean los mismos que en estos días están participando en actos violentos de los antisistema en distintos escenarios, auténticos profesionales de la provocación. Ayer volvieron a repetirse situaciones de esta naturaleza en la Complutense. Cuando grupos de estudiantes abandonaban su trinchera en la Universidad para provocar incidentes fuera del recinto universitario y eran repelidos por las fuerzas del orden, retrocedían para pertrecharse de nuevo en ese recinto, donde encontraban cobijo, inmunidad, dado que el decano de Historia impedía el acceso de la Policía. Esta actitud complica la situación; esa complicidad con quienes están ocupando un espacio que es de todos, que lo utilizan como trinchera, no es asumible. El día anterior, el rector Carrilllo tuvo que ceder en su postura y requerir la presencia policial para el desalojo de quienes habían ocupado por la fuerza se habían hecho fuertes en el vicerrectorado de la Universidad. Carrillo no tuvo más remedio que renunciar a su actitud proteccionista de los ocupas y reclamar el desalojo, porque la situación se le había ido de las manos y se mostraba impotente para controlarla. Las irresponsabilidades terminan creando un estado de extrema gravedad. Si a los radicales violentos se les da cuartelillo, y hasta protección, terminan provocando tensiones que pueden llegar a ser irreversibles. Ayer, cuando se veían acorralados por la Policía, pasaban a ser atrincherados y sentirse protegidos por quienes deberían haber impedido desde el principio la toma por la fuerza.