El 13 de marzo de este año se cumplirán cinco años de la elección de Jorge Mario Bergoglio como supremo Pastor de la Iglesia universal. Ha sido un lustro decisivo en la historia de la Iglesia a pesar de que todavía quedan pendientes de su última realización algunas de las reformas queridas e impulsadas por el Papa Francisco.

Si echamos una mirada al año que acaba de finalizar puede detectarse una línea de continuidad en su acción que no se limita sólo al ámbito interno de la Iglesia sino que le hace estar muy presente en el escenario internacional que le reconoce como uno de sus líderes indiscutibles. Sus viajes a Egipto, Colombia, Myanmar y Bangladesh demuestran que sus prioridades en este campo son la promoción activa de la paz allí donde está más amenazada y el diálogo interreligioso para que nadie pueda instrumentalizar la religión como soporte de la violencia.

Dentro de la Iglesia prosigue la reforma de la Curia Romana que finalizará este año con la proclamación de una nueva Constitución Apostólica; el saneamiento de las finanzas vaticanas se ha consolidado no sin algunos vaivenes y, se diga lo que se diga, la lucha contra los abusos sexuales sigue firme en su línea de tolerancia cero. Un hecho clamoroso del 2017 fue el cese del cardenal Gerhard Ludwig Müller al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe que puso fin a un disparatado intento de diarquía doctrinal en el seno de la Iglesia católica.

El que comienza no va ser un año de reposo para el Pontífice; dentro de una semana emprende viaje con destino a Chile y Perú; más adelante presidirá en Irlanda el Encuentro Mundial de las familias, visitará la India y probablemente algún otro u otros países.

Pero si los viajes son lo más «vistoso» de la actividad papal no son lo más importante. Francisco quiere purificar la Iglesia, desmundanizarla, abrirla a los más pobres y abandonados, rejuvenecerla. A los jóvenes está dedicado el Sínodo de los Obispos que se celebrara el mes de octubre.