Biblioteca Harley-Davidson
Canibuenismo
Está claro que hay una solución complicada pero diáfanamente funcional: dejemos de comer ganado y comámonos a los veganos
Una buena amiga me explica por qué se vuelve vegana. Se ve que la producción industrial de carne contamina más que el transporte global o las centrales de energía. Aunque parezca increíble, se debe al metano que las flatulencias del ganado expulsan a la atmósfera, que al parecer es una cifra a escala industrial tan desorbitada que supera al dióxido de carbono en cuanto a perjuicios de efecto invernadero. El capitalismo es por lo visto tan implacable que convierte hasta los gases digestivos en problema. No sé si todo eso será cierto, pero lo que desde luego resulta innegable es que los guisantes no se tiran pedos. Ahora bien, ¿hemos establecido científicamente si las abejas lo hacen? Porque en ese caso tendríamos también que renunciar al consumo de la miel y otros manjares. Las posibles microflatulencias de los insectos quizá tengan también su papel en la huella de carbono.
Por supuesto, si a alguien no le gusta el sabor de la carne, me parece perfectamente comprensible que no la coma. Pero siempre me llaman la atención las razones que suelen aducir los vegetarianos para ello, en las cuales siempre hay una apelación implícita a que dejemos de hacerlo los demás por espíritu de sacrificio. Si la excusa va a ser ahora la sostenibilidad del planeta, está claro que hay una solución complicada pero diáfanamente funcional: dejemos de comer ganado y comámonos a los veganos.
Es una solución a la que, desde luego, moralmente veo muchos inconvenientes. Hay que reconocer que, desde el punto de vista de la sostenibilidad, la operación es aritméticamente impecable. Pero, personalmente, albergo serias dudas de que sea deseable una vuelta a los viejos tiempos del canibalismo. Sería muy poco oportuno en este momento en que, además, en nuestras calles, algunos muestran deseos de merendarse unos a otros. Francamente, no me parece apetitosa la idea de deglutir a un Patxi López. Mi amiga, al menos, sí que está para comérsela.
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