Alemania
Otra GroKo no frenará a los ultras
Catorce puntos se dejaron democristianos (CDU/CSU) y socialdemócratas (SPD) en las elecciones federales del 24 de septiembre tras gobernar juntos cuatro años. La mayoría de esos votos fueron a parar a Alternativa para Alemania (AfD), un partido xenófobo y eurófobo que logró entrar por primera vez en el Parlamento federal tras obtener el 13% de los votos. Un millón de ellos procedía del partido de Merkel, cuyos electores más conservadores no compartían la decisión de la canciller de abrir las fronteras de Alemania a la ola de refugiados en 2015. Otro medio millón eran antiguos votantes socialdemócratas.
Ambos partidos apenas suman un 55% de votos en un Parlamento con seis fuerzas políticas (o siete si consideramos a los socialcristianos bávaros de la CSU, partido hermano de los democristianos). Si se repitieran hoy las elecciones, los grandes partidos verían tan mermada su representación que ya no reunirían escaños suficiente para la Gran Coalición que se disponen a reeditar por tercera vez con Merkel como canciller. Para mayor desolación del SPD, que ha perdido diez millones de votos en los últimos veiente año, una vuelta a las urnas supondría un eventual “sorpasso” de la ultraderecha, que les superaría como la segunda fuerza política de Alemania, con el 16%, apenas medio punto más que los socialdemócratas. Una humillación sin precedentes para el partido más antiguo del país, el único que se enfrentó a Hitler en 1933.
Este matrimonio de conveniencia entre la CDU/CSU y el SPD se ve en Alemania como un mal menor para evitar la repetición de elecciones o un Gobierno en minoría, algo tabú en la historia de la República Federal. La inestabilidad, así como la inflación, representan en el subconsciente alemán los turbulentos tiempos de la débil República de Weimar, antesala de la llegada de los nazis al poder.
Para Europa, en cambio, la Gran Coalición, más conocida como GroKo, es una garantía de que Berlín va a perseverar en su política proeuropea e impulsar junto a París una ambiciosa agenda de reformas entre los socios de la Eurozona. Por eso el presidente francés, Emmanuel Macron, y las instituciones comunitarias no han ocultado su presión al Partido Socialdemócratas para que diera por fin un “sí quiero” a Merkel en lo que todo apunta que será su último mandato.
Garantizar estabilidad política interna y favorecer el proyecto europeo son, no cabe duda, motivos suficientes para defender este pacto de Gobierno. Sin embargo, desde el punto de vista de la salud de la democracia alemana, que también cuenta y mucho, la GroKo no deja de ser una solución a corto plazo, un parche que no servirá para aplacar el malestar manifestado por los electores en las urnas hace cinco meses y medio
La cohabitación entre dos partidos que en circunstancias normales deberían disputarse el Gobierno se vuelve tóxica si dejar de ser un hecho excepcional para ser algo habitual en el juego político de un país. Los ciudadanos apenas pueden distinguir las posiciones defendidas por uno u otro, por lo que buscan fuerzas extremistas para dar salida a su descontento con el Gobierno. Eso es, precisamente, lo que ha ocurrido en Austria, donde, tras 44 años de gobiernos entre socialdemócratas (SPÖ) y conservadores (ÖVP) desde la II Guerra Mundial, no sólo llegó a impedir la puesta en marcha de las reformas que necesita el país, sino que dio alas a las derecha populista y xenófoba del Partido Liberal (FPÖ). Como resultado, hoy en Viena gobierna una coalición entre conservadores y ultraderechistas que promete blindar las fronteras a inmigrantes y refugiados. Mientras, en la oposición se lame las heridas una socialdemocracia que desde 2013 ha logrado los peores resultados de su historia.
En Berlín, una vez que la GroKo eche a andar el 15 de marzo, la ultraderecha liderará la oposición desde el Parlamento con su conocido tono bronco y xenófobo con el objetivo de dejar en evidencia a Merkel y a sus socios del SPD. Éste era uno de los argumentos esgrimidos por el líder de las Juventudes Socialistas (Jusos), Kevin Kühnert, para pedir a los militante votar contra el acuerdo de Gobierno. Según el joven dirigente socialdemócrata, el partido necesita pasar a la oposición para renovarse profundamente y evitar que la AfD desempeñe esa función.
Al final los alrededor de 465.000 militantes del SPD votaron por amplia mayoría, un 66%, sacrificarse por el bien del país y olvidar los intereses partidistas. Una vez más la socialdemocracia perdió y Alemania ganó, al menos a medio plazo.
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