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Alemania, en crisis

Urge un golpe de timón que reabra la economía, reduzca la rigidez regulatoria y aligere la carga del Estado

Alemania atraviesa una contracción económica por segundo año consecutivo y, lo que es más preocupante, la renta per cápita ha retrocedido hasta niveles de 2016. Dicho de otro modo, la riqueza creada por habitante lleva estancada cerca de ocho años, algo inusual en una economía que durante mucho tiempo fue el motor de la zona euro. Más llamativo aún es que, desde la crisis de 2008, España acumula un crecimiento del PIB ligeramente superior al de Alemania, a pesar de la fortísima recesión que sufrió nuestro país entre 2009 y 2013.

Bien es cierto que el PIB per cápita alemán continúa siendo alrededor de un 10% más alto que en 2008, mientras que el de España apenas supera el 5%. Sin embargo, la verdadera lección es la crisis estructural que sufre el modelo de crecimiento alemán. Desde la llegada del canciller Scholz y su coalición de socialistas, verdes y «liberales», la economía germana ha dado un giro preocupante: el desempleo ronda ya el 6,1%, niveles comparables a 2016 (obviando el periodo de la pandemia), mientras la producción industrial ha caído en torno a un 17% respecto a 2017.

Buena parte de esta crisis se relaciona con el encarecimiento energético. El abandono progresivo de la energía nuclear –que suponía el 30% de la producción eléctrica en el año 2000, y apenas el 1% en 2023– ha coincidido con el cese del suministro barato de gas ruso. La consecuencia: un aumento de aproximadamente el 50% en el precio de la electricidad en relación con 2016, afectando de lleno a la competitividad de su industria.

Por otro lado, no se puede achacar este estancamiento a una supuesta «obsesión» con el superávit presupuestario, pues Alemania ha pasado a tener déficits anuales cercanos a los 100.000 millones de euros, equivalentes al 2,2%-3% del PIB. Dichos números, los más altos en términos nominales de su historia (y unos de los más elevados en términos relativos de las últimas décadas), no han logrado reactivar una economía que enfrenta graves desequilibrios estructurales. De hecho, en sus mejores años de expansión, Alemania tenía superávit; ahora, con déficit, se estanca.

Urge, por tanto, un golpe de timón que reabra la economía, reduzca la rigidez regulatoria y aligere la carga del Estado. Más gasto solo enmascara, sin resolver, los verdaderos problemas de fondo. En definitiva, Alemania necesita reconfigurar sus motores de crecimiento en lugar de doparlos con gasto público. La gran incógnita es si los ciudadanos alemanes optarán por este cambio de rumbo en las próximas elecciones.