Tribuna

2025: ¿mejor saber o ignorar deliberadamente?

Ahora prevalece el deseo de escapar del esfuerzo, de cerrar puertas al cuestionamiento, como si pudiera protegernos de los resultados

2025: ¿mejor saber o ignorar deliberadamente?
2025: ¿mejor saber o ignorar deliberadamente?Raúl

Recuerdos de Navidad: una procesión de comidas, una ronda de regalos a gusto y un par de tickets de cambio que nos acercaron unos pasos a lo que realmente queríamos. Año Nuevo y Día de Reyes fueron una fiesta de luces y promesas difusas; un falso confort entre las vacaciones y las rebajas. Pero ahora comienza el trabajo preliminar de enero, una marcha empinada, no solo para nuestros bolsillos sino para el ejercicio mental de tratar de procesar lo que la temporada 2025, en curso, significa.

Desear hoy un «buen año» es a destiempo, una cortesía entusiasta; un gesto amable frente a un horizonte que exige cautela. Aún así, nos esperan sorpresas. Para los escépticos, salir empatados sería más que suficiente. Por eso, tal vez, podría ser útil una guía para no perder la cordura tratando de descifrar esta sátira planetaria. Este manual de supervivencia improvisada no promete eso, pero quizá ayude a entender por qué hemos llegado a este punto donde lo grotesco apenas logra agitarnos. Y todo el tiempo, la ignorancia, de un cierto tipo –a menudo vehemente– se santifica como una tendencia para la felicidad.

Comenzamos con Donald Trump, de regreso a la Casa Blanca en su forma «recargada». Su compañero de aventuras: Elon Musk, un magnate poseído por el ego de un superhéroe y la delicadeza de un mono en una cristalería. Juntos garantizan un sistema de información que remodela la democracia con algoritmos y decisiones que confundirían incluso al más calculador. Trump promete represalias: deportaciones masivas para «purificar» del crisol «woke», guerras comerciales y una cruzada contra el «lawfare» judicial. Ya no bromea con tomar Canadá, conquistar Groenlandia o hacerse con el Canal de Panamá.

Su teoría revivida de la influencia americana parece basada en la noción de que las grandes potencias tienen la prerrogativa de imponer su voluntad a vecinos más débiles en nombre de sus intereses estratégicos. Una lógica que resuena en la Rusia de Putin, donde el Kremlin no oculta sus intenciones expansionistas en una Europa Central cada vez más prorrusa. Musk, por su parte, entre cohetes, coches eléctricos y redes sociales patrocina a los líderes de la AfD, los ultras alemanes, que avanzan como una tormenta perfecta sobre el Rin, estableciendo un horizonte europeo que es tan distópico como aterrador.

Pero ¿tiene esta pareja Trump-Musk la resistencia a la presión de sus egos sobredimensionados? O más intrigante: ¿qué podría quizás ofrecer esta relación? ¿Y quién rompe primero con quién? ¿Dónde llegarán las esquirlas de un divorcio?

Europa, por su parte, no falla en su propio caos. Alemania: Las elecciones del 23F podrían desatar al suntuoso automóvil germano que arrastra el bloque europeo. En Francia, Emmanuel Macron, el «niño prodigio», ha caído en desgracia. Su presidencia ha convertido el trabajo de primer ministro en una especie de silla eléctrica. François Bayrou, la cuarta persona en ocupar ese puesto en un año, hereda lo que parece ser una crisis intratable. Y en las fronteras de Europa, Rumanía busca prohibir legalmente a un candidato prorruso, y Georgia tambalea entre Europa y Moscú. La favorita de Trump, Giorgia Meloni, se enfrenta a un sistema judicial que hace impotentes sus ambiciones. España hierve con Vox afilando sus cuchillos políticos, cuando Sánchez convierte en «régimen» a su Gobierno.

Y sin embargo, la guinda de esta historia pertenece a Austria, donde Herbert Kickl conjura demonios del pasado con discursos xenófobos y ultranacionalistas. Su autodesignación como «Volkskanzler» («Canciller del Pueblo») es una clara alusión al nacional-socialismo y envía escalofríos a la columna vertebral de una Europa que pensó que había aprendido su lección.

Sobre el Atlántico, Justin Trudeau también tambalea, dejando a Canadá al borde de la confusión, justo cuando preside el G7. Venezuela, sin la «solidaridad» de China, Rusia e Irán, podría caer en una esfera aún más indeterminada. Milei podría ofrecer estabilidad económica para Argentina y devaluar la República, y bajo Lula, Brasil juega con fuego en una economía inestable que anticipa las consecuencias de las «TrumpEconomics».

Seguimos: Siria es una especie de fantasma del Estado Islámico revivido, mientras que Ucrania y Rusia juegan su macabro juego de ajedrez, cuyas piezas siempre están al borde de caerse del tablero. Benjamin Netanyahu, creyendo más en Trump que en Biden, está intentando asegurar la libertad de los rehenes de Hamás mientras la región acumula cadáveres y fricciones. Y lo incierto es lo único cierto.

Y así llegamos a la última pregunta: ¿es mejor saber o ignorar deliberadamente? La búsqueda del conocimiento es un ejercicio intelectual, no una experiencia emocional. Es algo que requiere coraje a la luz de realidades inquietantes. Sin embargo, ahora prevalece el deseo de escapar del esfuerzo, de cerrar puertas al cuestionamiento, como si pudiera protegernos de los resultados.

Esta ignorancia surge como refugio e, incluso, como virtud. Al menos, así creo, son tiempos donde nos disponemos a aceptar soluciones tipo «de manual». Esas que traen los profetas y mecenas de estos días. Volver hacia atrás, como si fuera posible. Claro, este manual puede disimular las soluciones complejas de un mundo enrevesado, aunque invita al riesgo de repetir errores del pasado. Y al final, la ignorancia no nos exime de las consecuencias; simplemente nos convierte en cómplices de ellas. En un mundo recalcitrante, el desconocimiento intencionado no es más que capitulación o connivencia. Mejor no pensar, no pensar.

Juan Dillon es periodista y analista en temas internacionales.