Pedro Sánchez
Meditación de fin de año
El sistema ha ido degradándose, el presidente del Gobierno ha caído cautivo de los enemigos de la Constitución y la unidad de España. Y vuelven los gestos autoritarios del poder, impasible el ademán, que traen malos recuerdos
Despedimos el año de la guerra y de la peste, y saludamos el año electoral. Están encendidas ya las luces de la Navidad, aumentan los reclamos al consumo, se multiplican, ante la cercanía de las urnas, los optimistas anuncios oficiales, bien pagados, para sofocar la crítica, pero la cesta de la compra se encarece de día en día y muchas familias no pueden más. Para colmo de males, nunca, desde que hay democracia, acaba un año con tanto enfrentamiento político, tanta discordia y tan graves amenazas a la convivencia democrática.
En esta meditación de fin de año, que obliga al balance y al recuerdo, rebusco entre los cristales rotos de la memoria. Desde niño me impresionó el estoicismo de las gentes del campo. Vuelvo a ver hoy los rostros oscuros y arrugados de los hombres del pueblo y la cara prematuramente envejecida de aquellas mujeres enlutadas con el pañuelo cubriendo la cabeza. Observo su noble serenidad, su permanente resignación. Si se malograba la cosecha por la sequía o el pedrisco, el campesino movía la cabeza y murmuraba: «¡Mal año viene, mal año!». No lo pregonaba. Maldecía por dentro al cielo del que dependía su vida. Debía seguir confiando en Dios, en la tierra, en el sol y en las nubes. Un día, cuando no pudo más, echó la llave de la casa y se fue lejos a buscarse la vida.
Nunca se fio de los políticos, lo recuerdo muy bien. Entonces, en la posguerra, la política era un instrumento de dominación, sin que el pueblo tuviera apenas arte ni parte en su destino. Regía el miedo y el recuerdo de la sangre derramada. «Hijo, no te metas en política», era la primera advertencia de mi madre cuando volvía yo de vacaciones de la Universidad, que estaba rodeada por los «grises». El miedo obligaba al silencio y la resignación. Aquellos tiempos cambiaron afortunadamente. Hubo una generación de políticos dignos que pusieron las bases para la reconciliación y la concordia. Esto proporcionó un largo período, nunca visto, de progreso y libertad. Pero el sistema ha ido degradándose, el presidente del Gobierno ha caído cautivo de los enemigos de la Constitución y la unidad de España. Y vuelven los gestos autoritarios del poder, impasible el ademán, que traen malos recuerdos. Quiero decir que este año ha aumentado peligrosamente la desconfianza del pueblo hacia la política. La situación me recuerda a lo de entonces. Habrá que recurrir al espíritu de aquellos campesinos y hacer caso a Séneca: «El espíritu angustiado por el futuro es calamitoso». Y confiar en el año electoral que viene.