Vida cotidiana
Sírvase usted mismo... o no
«Hay un fenómeno, que tiene mucho de inquietante, extendiéndose con gran rapidez: los autoservicios»
Podríamos asumir que a medida que uno se hace mayor, se vuelve más maniático. Pequeñas incomodidades que antes se toleraban, que se soportaban con más o menos alegría, se van convirtiendo en muros infranqueables, en asuntos casi de «casus belli». Sí, aceptémoslo, las manías van a más. Y ahora que cruzamos época estival, más relajados, con los filtros más livianos y desprevenidos, irrumpen con más fuerza que nunca. Una muy generalizada, que yo comparto (voy a confesar), es la relación amor-odio con las máquinas. Apenas las entiendo y, como aplicando el principio de reciprocidad, ellas a mí tampoco. Mal asunto, pensarán, para vivir en pleno siglo XXI. Pero no se apuren que lo sobrellevo con la dignidad de los no- nativos digitales que carecemos de excusa para aferrarnos a lo analógico: convivimos con lo virtual aparentando que nacimos con un móvil en la mano. Obviamente, es progreso; ni mucho menos volvería a las cavernas o a la incómoda Edad Media, ni tan siquiera regresaría al cercano siglo XX. Sin embargo, hay un fenómeno, algo inquietante, que se extiende con gran rapidez: los autoservicios. Se encuentran, acechándote, dondequiera que vayas. Si vas al supermercado, puedes seleccionar tu propia fruta, embolsarla y pesarla, y terminar, también, autocobrándote en la supuesta «caja rápida»; para evitar esperas innecesarias tienes a tu disposición autocitas para reparar el coche, pasar la ITV, comprar tus entradas de cine, teatro o museo, puedes resolver tus asuntos con Hacienda o darte de alta o baja en alguna compañía. Cualquier gestión sin rastro de contacto humano. Y claro que está bien, que es útil, rápido y eficaz. Sin duda. Acepto las relaciones robóticas, como clara concesión al pragmatismo, pero hay un espacio en el que me niego a autogestionarme. Soy capaz de recurrir a todo tipo de subterfugios y artimañas para evitar poner gasolina yo misma: puedo abusar hasta el extremo de la ayuda conyugal e incluso reconozco haber fantaseado con aducir algún tipo de alergia (extrema) al combustible. Ahora, lejos de mi habitual estación de servicio, en la que siempre están dispuestos a repostar por mí (gracias, gracias), puedo llegar a agotarme recorriendo kilómetros para encontrar una persona a la que decirle: «Lleno, por favor». Manías.
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