Colombia
Reacción obligada y permanente angustia económica en Iberoamérica
Asombra la ignorancia de quienes critican el inevitable gesto de Don Felipe, porque la espada de Bolívar está llena de sangre de españoles
El 16 de julio de 1985, publiqué, en el periódico de La Paz, Última hora, un artículo titulado La angustia económica Iberoamericana. Pues, forzosamente, en estos momentos, el problema iberoamericano ha vuelto a la actualidad española, después de la obligada reacción de nuestro Rey Felipe VI, negándose a rendir honores a la espada sanguinaria de Bolívar, en Colombia. Asombra la ignorancia de quienes critican el inevitable gesto de Don Felipe, porque la espada de Bolívar está llena de sangre de españoles; unas veces, proveniente de combates contra José Tomás Boves, de resultado alternativo; mas, otras veces, fruto del perfil más feroz del «libertador», siguiendo los dictados del «Decreto de la Guerra a Muerte» de 15 de junio de 1813, por él firmado, en el que se advertía de la segura muerte a los españoles indiferentes o activamente contrarios a la independencia de Venezuela, en la misma línea de la declaración del Convenio de Cartagena, de unos meses antes, rubricada ésta por su secuaz Antonio Nicolás Briceño. Sin ir más lejos, el 14 de febrero de 1814 ordenó matar a 1200 españoles (entre los presos que aún sobrevivían encarcelados por sus partidarios, en Valencia, y los heridos en los hospitales de La Guaira y Caracas). Ante el recuerdo de este genocidio, ¿cómo el Rey podía mostrar reverencia ante esa espada?
Esto no quiere decir que los hispanoamericanos, en general, y los españoles actuales tengamos tremendos vínculos, por los cuales, pasa la suerte de unos y otros. Pensemos, por ejemplo, que a finales del siglo XIX, cualquier lector del Dictionary of Statistics de Mullhall hubiera apostado por un triunfo económico de Argentina. Eso profetizó el gran economista Colin Clark en The Economics of 1960, indicando para Argentina un risueño porvenir, convertido ahora en un panorama angustioso.
Y esa angustia la tenemos por todo el conjunto hispanoamericano, desde México a Argentina, y, por ello, es fundamental buscar los motivos de ello, iniciados como consecuencia de esa Independencia por la que aludimos a Bolívar. Es cada vez más evidente que los dirigentes de todos y cada uno de los pueblos hispanoamericanos no aceptaron lo expuesto por la teoría económica. Datos concretos los tenemos cuando Belgrano lleva a Buenos Aires la fisiocracia, o vemos al krausismo que se encuentra, tras la Constitución de Querétaro y no digamos lo que para el futuro de Cuba se deriva de una especie de complemento de Martí y de Marx; y así, sucesivamente.
Y todo esto tiene, desde los fundadores, una raíz que es ignorada. Me refiero al mensaje que desarrolló un importante economista español, Álvaro Flórez Estrada, quien, en ese momento histórico, tras sus idas y venidas a Inglaterra y Francia, defendió por dónde debería marchar la política económica, tanto española como iberoamericana, en su Curso de Economía Política redactado en Londres de 1826 a 1828, y actualizado en las siete ediciones posteriores. Ese Curso tuvo una gran difusión; pero ninguna obediencia a un lado y otro del Atlántico. Consideraba Flórez Estrada que se debían abandonar, en los virreinatos y en la Península, los mensajes nada serios de la etapa mercantilista, para mejorar la situación. Y, si se seguían con fuerza, cómo ocurrió, se fomentaría la Independencia. Pensaba que era preciso que la América española tuviera una situación de libertad económica absoluta para comerciar, no solo con la Península, sino con el resto del mundo. Lo explicaba con datos enunciados por Hume y Smith, con avances sobre la teoría cuantitativa de la moneda y con la necesidad, por tanto, de que exigiese libertad de exportación de la moneda de plata.
Se desoyeron todos estos planteamientos, y nos encontramos con que fueron sustituidos recientemente, en el ámbito hispanoamericano, por el denominado estructuralismo económico latinoamericano, en variantes múltiples, la última de las cuales se relaciona con el llamado indigenismo. Pequeños recientes intentos de rectificación, como ha sucedido en Chile y Perú parecen haberse venido al suelo. Y debo añadir que el mensaje relacionado con estos problemas lo encontramos más en literatos, que en dirigentes políticos. Por ejemplo, recordemos la obra del peruano Vargas Llosa, La historia de Mayta, que muestra una atmósfera opresiva desde las primeras páginas, pero quizá todo se haga más deprimente cuando la acción se desplaza a Jauja.
Esto obliga a replantear nuestras relaciones, con lo que ahora allí ocurre, y, desde luego, exhibiendo cómo eliminamos nuestros errores, y teniendo en cuenta que los Estados Unidos, tan «potentes y grandes» como dijo Rubén Darío, manotean y lo complican todo. Y una muestra la tenemos cuando observamos la inmigración hispanoamericana que llega a España, y que contribuye a que Europa aumente su talante de desprecio hacia Hispanoamérica. España está obligada a conseguir que se altere.
Juan Velarde Fuertes es economista y catedrático
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