Opinión
La cultura de la cancelación
La cultura de la cancelación no se refiere a la anulación de deudas, registros o archivos, que hasta ahora era su aplicación mas conocida; sino que se desarrolla con la revolución digital, las redes sociales y el universo de la información recibida a través de internet. Esta cultura significa hacer desaparecer –cancelar– la existencia de una persona o una determinada realidad en ese nuevo universo virtual. Lógicamente, esta cancelación afecta más a personajes públicos o celebridades, pero recae sobre realidades diversas: desde creencias, ideas, valores, conceptos, hasta empresas, cuya vida o vigencia son indisociables de su presencia y conexión a la red, por recibir de ella su sustento. Ello, porque para parte de la humanidad, especialmente la actual generación, estar ausente de la red es sinónimo de no existir, o de hacerlo en otro mundo.
La vida, de la mano de esta determinada cultura, ha pasado a estar «on line»/«off line», según se encuentre conectada o no a la red, que cual dios en este universo digital, es la suministradora de vida, como el cordón umbilical que une y alimenta a la criatura en gestación con su madre. De esta forma, en este mundo la cancelación es sinónimo de muerte, lo cual se agrava cuando se aplica a las creencias, principios y valores que se considera se apartan de un presunto consenso social establecido como correcto.
En una sociedad así no queda apenas espacio para la libertad de expresión, para el debate libre de ideas o para el respeto a las creencias, sometidas todas ellas al dogma de lo establecido como lo «política y socialmente correcto». Es la «dictadura del relativismo» que ya denunciara años atrás Benedicto XVI, y que con la cultura de la cancelación cierra el círculo vicioso de una sociedad sometida al dogmatismo preestablecido. La Iglesia Católica y la religión son las grandes víctimas de esa cultura que no acepta la existencia de ninguna verdad absoluta. Curiosamente, en ese mundo todo es relativo, salvo el propio dogma constitutivo que, por ser absoluto, no es ni discutible ni relativo.
La aplicación de esta cultura de la cancelación con efectos retroactivos ha tenido consecuencias en todos los ámbitos, como en el cine con la película «Lo que el viento se llevó», por apartarse del canon oficial actual sobre la esclavitud. El sanchismo la aplica a la Historia de España, que para ellos comienza en 1812; y a la política, con los cordones sanitarios a los partidos que no le gustan.
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