El gran viaje

El nombre de Madrid que se puede leer en Samarcanda

El viajero madrileño, González de Clavijo, enviado por Enrique III de Castilla ante el Gran Tamerlán, fue uno de los raros expedicionarios europeos en las tierras de lo que hoy conocemos como Uzbekistán

Mausoleo Gur-e Amir en Samarcanda.
Mausoleo Gur-e Amir en Samarcanda.LBM1948pixabay

Llevó el nombre de Madrid muy lejos. Hasta el confín del mundo conocido... Tan alejado de la que luego sería Villa y Corte de las Españas que allá donde llegó, quizá por nostalgia, logró que se le diera el nombre de Madrid a ese lugar nunca antes hollado por un europeo.

Grabado de Ruy González de Clavijo.
Grabado de Ruy González de Clavijo.larazon

La cosa comenzó en 1404. Por entonces, el rey Enrique III de Castilla envió una embajada encabezada por Ruy González de Clavijo para representarle ante el poderoso caudillo tártaro Timur. El viaje y todo lo que en el trayecto sucedió fueron recogidas por Clavijo en su libro “Embajada a Tamorlán”. Así, el castellano Clavijo pasó a formar parte, junto con Marco Polo e Ibn Batuta, del selecto grupo de personajes que osaron aventurarse por los poco conocidos y remotos territorios de Oriente.

En el origen de la expedición no estaba, en principio, el interés comercial, como pudiera pasar con el veneciano, sino más bien el político. Enrique III buscaba una alianza contra los turcos, que tenían sitiada Constantinopla y amenazaban a la cristiandad.

Clavijo partió de Cádiz con un reducido grupo de castellanos, entre los que se hallaba el culto y políglota fraile dominico Alfonso Páez. El accidentado viaje de 20.000 kilómetros duró tres años, de 1403 a 1406 y estuvo lleno de aventuras, penalidades y descubrimientos asombrosos, tal y como refleja Clavijo en la crónica del viaje, llamada, como decíamos, «Embajada a Tamorlán». El caudillo asiático hizo rápida amistad con los castellanos supervivientes, a los que festejó, hasta el punto de poner a un barrio de Samarcanda el nombre de Madrid. Para entonces, Tamorlán había vencido al caudillo turco y se preparaba para atacar China. Unas hazañas que llegaron a oídos del monarca castellano, que vio la oportunidad de encontrar en esos parajes del Asia central un aliado.

A la embajada castellana la “visita” a Samarcanda les supuso dieciséis meses de viaje, casi tres años entre ida y vuelta, y recorrer unos catorce mil kilómetros. Las condiciones del viaje fueron tan extremas, que la mitad de la expedición enfermó, entre ellos González de Clavijo, y algunos tuvieron que quedarse en Teherán para reponerse.

En la Embajada a Tamorlán, como se tituló el libro cuando se dio a la imprenta, nos encontramos informaciones geográficas, históricas, religiosas, lingüísticas, etc., así como informaciones en torno a las dificultades que encontraron en su camino. Un relato pormenorizado de emplazamientos geográficos, donde nos habla de los cabos, golfos, islas o poblaciones frente a las que pasan cuando van en barco, y a las montañas, desiertos, ríos, lagos, ciudades y aldeas, por las que van pasando por tierra, con su nombre, situación y principales características, aunque alguna vez reconoce «que se me olvidó el nombre de ella».

Tras el regreso, Clavijo murió en 1412 en su casa de la Plaza de la Paja. Después de recorrer medio mundo conocido, no está de más recordar que el monarca más temido de su tiempo, Amir Temur, fue plenamente consciente de la proeza y dimensión del viaje del madrileño, de forma que fundó una ciudad, al lado de Samarcanda, a la que puso el nombre de Madrid, entonces una ciudad pequeña y sin importancia, lejos de lo que es hoy en día, en homenaje al jefe de la misión diplomática enviada por Enrique III de Castilla. Hoy hasta una avenida relevante recuerda en Uzbekistán a aquel madrileño audaz que unió continentes y acercó voluntades.

Recuerdo de un gran viaje histórico
Recuerdo de un gran viaje históricoEfe