Historia oculta
Los túneles y pasadizos secretos del Palacio Real de Madrid
Austrias, borbones y el fugaz Bonaparte “agujerearon” con subterráneos esta zona cero del poder en España para tener una vía de escape política o amorosa
Las cosas se precipitaron por un hecho que muchos calificaron de accidental. El incendio del llamado Alcázar de los Austrias, el palacio residencia de los reyes, asoló el lugar el 24 de diciembre de 1734. Por aquellos días el rey Felipe V, junto con su familia, se hallaba alojado en el Palacio del Buen Retiro. A los Borbones no les gustaba el viejo palacio de los Habsburgo, y aquello fue la excusa perfecta para dejar atrás los usos y costumbres de la dinastía anterior. Aunque no una herencia que se mantuvo en el tiempo: los pasadizos subterráneos que recorrían el viejo Alcázar. Salida providencial ante situaciones de peligro.
Nada nuevo que no suceda en otras construcciones de Europa. Aquí, en Madrid, como en otros lugares. No hace mucho, bajo la plaza de Oriente, se descubrieron durante unas obras de remodelación una serie de túneles que conectaban el Palacio Real con el Monasterio de la Encarnación, construido en 1612 como fundación Real de la Casa de Austria. A pocos sorprende. Este pasadizo, que figuraba como Pasadizo de la Encarnación en el plano de Pedro de Texeira del siglo XVII, arrancaba en las cocinas del Alcázar -una herencia de los Austrias-, y permitía a los miembros de la Familia Real acudir a los actos religiosos, sin necesidad de pisar la calle. Nada oscuro ni fúnebre. El esplendor de este pasadizo, de amplias galerías, iluminadas con hachones impregnados de brea, fue resaltado mediado el siglo XVII por el nuncio papal Barberini, que detalló las obras de arte, rubricadas por pintores de la Corte, que decoraban sus muros.
La riqueza del lugar va pareja a la leyenda. Una leyenda que aseguraba que una parte de estas galerías permanecía inundada por el agua y servía para que, embarcado en una góndola, Felipe IV se desplazara por ella para acudir a sus encuentros amorosos con una novicia enclaustrada en el cercano convento de la Encarnación, un rumor, sin duda consecuencia del hecho de que, el monarca ya era tristemente célebre por haber intentado seducir a una religiosa del convento de San Plácido, que se fingió muerta para huir de su acosador.
Pero no es el único pasadizo que partía del Palacio Real. Hubo otro que enlazaba con el Teatro Español, construido sobre los terrenos que había ocupado el Monasterio de Santa Ana, derribado por orden de José Bonaparte. Los sótanos del teatro conservaban la cripta funeraria del convento, y a través del bar del nuevo edificio, se podía acceder a su antecámara por tres pasillos, de los que, uno tenía acceso al palco normalmente utilizado por el rey y los otros dos a edificios religiosos del Barrio de las Letras. Todavía existe parte de un tramo de este túnel que unía el Palacio Real con la plaza de la Paja y en la calle Segovia y bajo el Palacio de Anglona existe otro tramo muy ancho, lo que permite suponer que circulaban coches de caballos.
En los jardines del Campo del Moro, se ve aún la trampilla de la boca de un pasadizo que unía los jardines con la estación de Príncipe Pio y la Casa de Campo y un segundo túnel, hoy cegado y sepultado a causa de las obras de soterramiento de la M-30 fue empleado por José I Bonaparte para acceder al palacete de los Vargas, junto a la puerta del Rey de la Casa de Campo, un antiguo pabellón de caza donde el “hermanísimo” de Napoleón se sentía más seguro que en palacio. Entre la fábula y la certeza, existe la creencia en otro túnel, que permitía acceder al cuartel de la Guardia Real del Conde Duque, por el que se decía que podían circular coches de caballos.
Otro de los túneles reales, sobre los que muchos apuntan tantos más, conectaba el Alcázar con la ‘Farmacia de la Reina Madre’. Es este uno de los comercios más antiguos de Madrid y hoy continúa despachando al público en la calle Mayor. Fue fundada, afirman, por el alquimista veneciano de Felipe II en el año 1578 y, en tiempos de Felipe V, fue la farmacia preferida de los Reyes, que no se fiaban mucho de la de palacio y preferían adquirir los medicamentos fuera para evitar envenenamientos.
A la vista del recuento de túneles, la zona más bien parece un queso de Gruyere, moldeado, eso sí, por la historia y los miedos.
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