Hambre

Los cinco platos que los madrileños comieron el 2 de Mayo de 1808 para enfrentarse a los franceses

De las gachas a las migas, nada de carne y menos de pescado para unos madrileños que, con el estómago casi vacío, entraron en batalla contra las tropas de Napoleón

Una cazuela de migas
Una cazuela de migasIsabel InfantesEuropa Press

No había nada que perder. Los madrileños estaban en la miseria y había hambre. Mucha hambre. Eso es lo que había en aquel Madrid. Antes y después de la invasión de Napoleón. Con todo, y aunque a algunos les doliera el estómago, decidieron hacer frente al invasor. Los más con la barriga vacía. Y eso que más de uno se comía hasta la cal de las paredes. Parece que aquello, aunque no les alimentaba, les reducía considerablemente los dolores.

Un apunte. Del otro lado, del lado francés tampoco la cosa estaba mucho mejor. Mejor sí, pero no demasiado. La clave en todos los ejércitos, desde la antigüedad, era que las tropas tuvieran alimentos para tener fuerza al entrar en batalla. Los franceses, tan lejos de las líneas de aprovisionamiento lo solventaban con asaltos a ventas y granjas. Respecto a sus jefes... cabe pensar que sería más de lo mismo. Las ostras, langosta, salmón, lenguado, foie de oca e incluso la becada, todo tan francés, ni lo olerían. Para empezar, estaban a más de 500 kilómetros del mar, para acabar, ni en Francia podrían pagárselo.

Así las cosas, el menú, o mejor dicho, lo que pudieron comer los madrileños en el mejor de los casos sería algo así como lo siguiente, unos platos “interpretados” por un relevante grupo de chefs madrileños hace años tras una larga labor de investigación:

Gachas de Grabieles Sigiladas

Las gachas fueron uno de los últimos sustentos de los madrileños durante la gran hambruna de 1812. Así nos lo cuenta Ramón de Mesonero Romanos en “Memorias de un sesentón” y lo reafirma con sus pinceles y lápices Goya, en el grabado “Gracias a las gachas”, incluida en la serie “Los desastres de la guerra”.

Entonces las gachas se hacían de harina de almortas o titos, pero hoy eso está prohibido y la mejor opción sustitutiva es prepararlas con harina de garbanzos o «grabieles» para los madrileños castizos. Lo de «sigiladas» viene a cuento de que estás gachas son «selladas» o legales, como se hacía con el barro de los búcaros que comían las damas del siglo XVII.

Ronda de pan y huevo

La Ronda de Pan y Huevo, institución caritativa que pervivió durante siglos y tuvo singular protagonismo durante la hambruna de 1812, salió por primera vez del madrileño Noviciado de la Compañía de Jesús una noche del invierno de 1615. Sobre este «plato», originalmente trozo de pan con dos huevos duros, los chefs podrían dejar volar su imaginación y serviría de «pasillo» entre platos.

Cata de chorizo del Tío Rico

Platillo de chorizo que rememoraría a aquel que probó Carlos IV durante una cacería tras serle ofrecido por uno de los choriceros que a lomos de burro llegaban a la Corte desde el pueblo de Candelario y cuya figura hace inmortal Ramón Bayéu Subías en “El Choricero”.

Gigote de la Pradera

Guiso frío de carne de cordero o conejo, con cebolla, vino tinto, vinagre, caldo de carne, pimienta, clavo, azúcar y pan tostado, que los madrileños llevaban en su fardel para merendar en la Pradera de San Isidro.

Manzanas con Yemas

Postre que también figura en los menús que les prepararon a Goya y a la Duquesa de Alba, y que se hace con manzanas reinetas, yemas de huevo, azúcar y corteza de limón.

A buen seguro que miles de aquellos que entraron en batalla en la Puerta del Sol poco cataron de todo esto. Si acaso, y en beneficio de la duda, igual hasta se comieron unas gachas o unas migas. Poca carne y menos pescado. Por el postre ni preguntamos.