Gastronomía

Casa Sotero: cultura de barra en el barrio de Tetuán

Muy cerca de Plaza de Castilla, es una de las marcas capitalinas del bar de siempre

Miguel y Pilar llevan un local con más de 90 años de historia
Miguel y Pilar llevan un local con más de 90 años de historiaLRM

Madrid es un yacimiento inagotable de pistas tabernarias. Los que coleccionamos barras de esta ciudad tan viva, amamos cada día donde reencontrarnos con la parroquia conocida o por descubrir. Y en cualquier distrito hay tesoros para que la más que temida vuelta a la rutina no nos duela tanto. Muy cerca de Plaza de Castilla, en la calle por la que han desfilado históricamente tantos abogados y clientes judiciales, tiene nuevo rostro: Casa Sotero. Una de las marcas históricas capitalinas del bar de siempre. Puro Tetuán, como atestigua una foto en blanco y negro de aquella Plaza de Toros en la que debutó Manolete en «Madrí», que tras la pandemia ha buscado mayor hechura sin perder esencia.

La tercera generación que protagoniza Miguel homenajea cada servicio a esa manera abierta y cariñosa de recibirte en un bar, que siempre han exhibido los gatos. La tremenda barra de acogida tiene más bulla y vida que una enciclopedia de sociólogo. Su mostrador y vitrinas alfombran como pocas a todo ese público de trajín que pide auxilio desde las ocho de la mañana. Miguel, en compañía de la encantadora y diestra Pilar, te da cariño en cuento cruzas mínimamente el dintel. Hay pocos establecimientos no solo en Madrid sino en toda España que sean más atentos con el cliente. En la barra, en la mesa, en un rinconcito donde corresponda, pero siempre diligencia sólida y líquida para la sonrisa del parroquiano. De hecho, Pilar estudió Exactas, aunque luego se ha hecho tabernera para darle más rigor si cabe a esta pasarela de felicidad. Y es que la taberna, cuando se entiende de verdad, no solo es un negocio, sino un compromiso con el arte de hacer sentir bien. Aquí, hasta el gesto más pequeño es un guiño a la tradición: la caña con su espuma perfecta, el saludo personalizado a cada cliente habitual que entra sabiendo que tiene asegurado su sitio habitual.

En las cuestiones de la manduca, en Casa Sotero, abierta desde 1934 hay un festival de casquería. Magníficos riñoncitos, junto a la molleja, y unas soberbias manitas deshuesadas que se sirven en rulo o acompañadas con langostino. Hablar del callo de moje de la casa es coquetear con lo divino. Dice Miguel que su santísima trinidad es la del producto, producto, producto. Ello sin perder una mirada al mercado y sus delicias, porque de hecho cuando lo permiten los mares hay estupendo percebe, berberecho o gamba. Y no es solo lo que sirve, sino cómo lo sirve, con magia. Porque cada plato en Sotero tiene ese aire de cocina hecha con cariño, con el tiempo y dedicación que solo da la experiencia. Aquí no hay prisas ni atajos, solo guisos que respetan el producto y saben a casa. En una ciudad donde cada vez manda más la rapidez y lo inmediato, encontrar una cocina que siga rigiendo culto al chup-chup y al plato bien ejecutado es un auténtico lujo, y en Casa Sotero es religión.

Se bebe rico en Casa Sotero, porque hay además de la cerveza y el vermú tan madrileños, una oferta de vinos a tono con los gustos de los propios Miguel y Pilar. Este oficio de tabernero se justifica en ocasiones como esta porque hay que pedir siempre lo que no se escribe en ninguna carta, y sí en lo que se canta. Cosas náuticas del mismo nivel y las carnes de la más que reputada franquicia Discarlux. Pasan las jornadas, y uno no quiere dejar de volver a Casa Sotero. Y aunque se coma en mesa y rico todo tiene el aroma tabernista. Porque en el fondo, la verdadera gracia de estos lugares no solo está en lo que te ofrece, sino en lo que genera esa atmósfera de complicidad entre los parroquianos, de esa sensación que transforma en un pequeño universo donde siempre hay alguien esperando con una sonrisa y una copa lista para brindar. Y como buen gato madrileño sabe, que aquí se viene a disfrutar… y a irse «cuando nos echen».