La Historia Final

El emperador que escribió para educar al príncipe (II)

«Tened siempre a Dios delante de vuestros ojos», fue uno de los consejos de Carlos V a su hijo

Retrato de Carlos V en el Museo del Prado
Retrato de Carlos V en el Museo del PradoLRM

Andaba la semana pasada contando cosas de las Instrucciones de Palamós de 1543. El padre educando y el hijo educado. Es gozoso.

Don Juan de Zúñiga se guardó los folios escritos por Carlos V para que no se perdieran. Andando el tiempo, los documentos de la familia Zúñiga (y otros linajes) pasaron a engrosar los anaqueles de los condes de Altamira, que sacaron a la venta sus fondos bibliográficos y documentales porque había que pagar deudas. Acudieron muchas personas a esas ventas. El marqués de Jerez de los Caballeros compró una parte, pero arruinado, o bien tentado por una jugosa oferta del americano Huntington, decidió venderle todo aquello, que acabó olvidado en unas cajas en la casa del comprador, y luego arrumbadas en la Hispanic Society of America hasta que alguien cayó en la cuenta de que allá estaban poco menos que debajo de una escalera, y que estaban sin abrir desde hacía décadas. Se abrieron las cajas, y aparecieron estos y otros documentos. En fin, otras partes de la colección Altamira acabaron en París, Londres, Ginebra y Madrid.

«Su Alteza recibió las Instrucciones con los poderes que Vuestra Majestad le envía para la gobernación de estos reinos y de Aragón, y después de leído todo [el Príncipe] envió las Instrucciones particulares a los tribunales y Consejos para quien venían y ha empezado a entender con mucho cuidado en lo que se le manda», comunicó don Juan de Zúñiga a Carlos V en la carta aludida.

En un tono digno de encomio, de confianza del padre en la madurez del hijo, le escribió el Emperador al Príncipe que «he de dejaros, como es razón, durante mi ausencia en mi lugar, para que gobernéis estos Reinos». Pero el príncipe era joven; obstáculo soslayable, con responsabilidad personal, «hijo, es necesario que os esforcéis y os encomendéis a Dios para que Él os favorezca, de manera que le podáis servir en ello y juntamente ganar honra y fama perpetua, y a mi vejez me deis tal reposo y contentamiento, que yo tenga muy mucha causa de dar gracias a Dios, de haberme hecho padre de tal hijo». ¡Que el uno tenía 43 años y el otro 16!

Y seguía Carlos V, «ante todas cosas, habéis menester determinaros en dos cosas; la una y principal: tener siempre a Dios delante de vuestros ojos», y la otra «creer y ser sujeto a todo buen consejo». ¡Es fascinante que el Emperador exhorte al príncipe a gobernar bien asesorado, con buen consejo, no aupado en la soberbia de su hacer individual sin empatía!

Y seguía Carlos V en uno de los monumentos a la humildad más impresionantes que nunca haya escrito un emperador: «Y para que por mi parte no deje de daros la información que yo supiere y entendiere, de cómo en esta gobernación os habéis de guiar, os escribo, hijo, esta carta, la cual podréis tomar por acuerdo e instrucción de lo que habréis de hacer en ella; y aunque no siento en mí suficiencia para daros las reglas que conviene, todavía confío en Dios…».

Luego, le instaba, exhortaba y señalaba que defendiera la religión, la Inquisición y que procurara que no entraran en sus reinos las herejías.

Mas lo que me ha traído hasta acá y ya termino, es la recomendación siguiente, inaudita hoy, en medio del sainete, vergonzoso y bochornoso al que asistimos los españolitos de a pie, perplejos ante la pasividad de los que podrían decir algo más, con la Constitución en la mano: «Hijo, habéis de ser muy justiciero, y mandad siempre a todos los oficiales de ella [de la Justicia] que la hagan recta y que no se muevan ni por afición ni por pasión, ni sean corruptibles por dádivas y por ninguna otra cosa, ni permitáis que en ninguna manera del mundo ellos tomen nada, y al que otra cosa hiciere mandadle castigar. Y si sentís algún enojo o afición en vos, nunca con ese mandéis ejecutar Justicia, principalmente que fuese criminal. Y aunque esta virtud de Justicia es la que nos sostiene a todos, imitando a Nuestro Señor que de tanta misericordia usa con nosotros, usad de ella y mezclad estas dos virtudes [justicia y misericordia], de forma que la una no borre la otra, pues de cualquiera de ellas de que se usase demasiadamente, sería hacerla vicio y no virtud».

¡Qué padre tan impertinente! ¡Qué Emperador más fuera de la realidad de las cosas!; tertulianos, miembros del CGPJ, poderes de la Monarquía, repetid con él la estupidez de que: «Esta virtud de Justicia es la que nos sostiene a todos». ¿Nos hacéis el favor a los atónitos ciudadanos?

Es una cuestión de principios. Qué pena de todo. Cómo se desmorona. Pero a lo mejor vamos entendiendo por qué hubo un tiempo en que se pudo sentir orgullo de pertenencia, más que solo por la saludable tortilla de patatas. Tan sostenible.