Opinión
“Enamorada de la felicidad”, el artículo de Rita Maestre sobre el Madrid de Almudena Grandes
Su ciudad la ha visto partir demasiado pronto, a pesar de lo mucho que la necesitamos, casi más que nunca: su honestidad, su rigurosidad, su valentía y también su ansia de felicidad
«Nerviosa e ilusionada», así estaba Almudena Grandes desde el balcón de la Plaza de la Villa durante el pregón de San Isidro en 2018. Y se le notaba en la mirada y en su inconfundible voz. Y así, de esta forma, nos fue contando su historia de amor con nuestra ciudad, con su ciudad, en un pregón que destilaba amor por Madrid en cada una de sus maravillosas palabras. Y ella sabía darles vida como nadie.
«Como un hada madrina populachera y generosa, Madrid hace a sus hijos dos regalos en el instante de su nacimiento. Uno es el agua, la delicia de beber directamente del grifo. El otro es el anonimato. Porque en esta villa plebeya nadie es más que nadie. A los madrileños nos traen sin cuidado los orígenes, los apellidos y la distinción de nuestros conciudadanos. Yo lo sé bien porque no tengo otro lugar de donde ser. Unos tatarabuelos míos tenían un café en la red de San Luis, nunca he pronunciado una frase con los pronombres correctos, hablo demasiado deprisa, me como la última ‘d’ de todos los participios y hasta llevo el nombre de la patrona, pero ni uno solo de esos atributos me ha servido jamás de nada, en esta bendita ciudad que carece radicalmente de vocación de ciudad cerrada».
Fueron doce minutos de pasión y también dulzura, toda una declaración de amor. Almudena Grandes, la escritora de Madrid, la narradora que dio voz a los perdedores y a los vulnerables, que creó, desde la emoción y el compromiso, mujeres valientes y poderosas, era una enamorada de nuestra ciudad, a la que sentía brava y diversa, plebeya y verbenera, y cada día más guapa y chula: «Ahora somos más variados, creo que también más guapos, porque hay madrileñas con ojos rasgados, madrileños con la piel de ébano, chulapos andinos, chulaponas eslavas, chilabas, turbantes, túnicas de todos los colores, ecos de lenguas imposibles y bellísimas en los vagones de metro».
«Madrid es una ciudad que se quiere poco, mucho menos de lo que debería», nos dijo. Y tomamos nota los que diariamente peleamos y disfrutamos por sus calles, por sus entrañas, por esta maravillosa ciudad que vio nacer a Almudena y la ha visto partir demasiado pronto, a pesar de lo mucho que la necesitamos, casi más que nunca: su honestidad, su rigurosidad, su valentía y también su ansia de felicidad, como Madrid, «una ciudad enamorada de la felicidad». ¡Viva Almudena, viva Madrid!
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