Historia de Madrid
Orcasitas, la memoria de los barrios
El impulso al municipalismo de los 70 y los 80 fue decisivo en el combate de la marginalidad, la transformación urbana y la organización vecinal en la capital
El proceso de remodelación urbana llevado a cabo entre mediados de los años setenta y ochenta del pasado siglo en las grandes ciudades españolas, especialmente Madrid y Barcelona, sirvió de impulso al municipalismo democrático, que pasó de prestar servicios muy básicos en el territorio a convertirse en una maquinaria generadora de políticas públicas de proximidad.
En mi ciudad, Madrid, la remodelación tuvo unos resultados extraordinarios. En apenas diez años se cambió la fisonomía de 30 barrios, se construyeron decenas de miles de viviendas con ayudas públicas y se llevó a cabo el realojo de más de 150.000 personas, mejorando su calidad de vida considerablemente. Y, sin embargo, aquella estrategia de regeneración urbana se llevó a cabo en un contexto muy difícil. Madrid era entonces una ciudad en la que proliferaban los barrios de infraviviendas. La falta de saneamiento, alumbrado y transporte daban lugar a situaciones de marginalidad e inseguridad en numerosas barriadas. Fueron años de crisis económica, desempleo y también «epidemias» ya olvidadas como la heroína, que azotó a los más jóvenes en los barrios, o el denominado síndrome tóxico, una intoxicación a gran escala que produjo más de 20.000 afectadas y afectados así como el fallecimiento de más de 1.700 personas.
A pesar de los inconvenientes, el proceso de remodelación logró una transformación urbanística profunda de la periferia sureste de Madrid, en la que residían los sectores de población con menor renta, erradicando los asentamientos de infravivienda (chabolas y vivienda pública en ruina) que habían ido creciendo en las décadas precedentes, fruto de la fuerte inmigración rural experimentada en los años cincuenta y sesenta.
Todavía, a día de hoy, está considerada como una de las operaciones de regeneración urbana más relevantes de Europa, tanto por el número de personas afectadas como por su impacto en el territorio.
Pero una ciudad es algo más que ladrillo, cemento y asfalto. Las remodelaciones urbanísticas deben ir en paralelo a los avances sociales para que estos sean irreversibles. Por eso, es imprescindible señalar que en la época a la que me refiero (finales de los setenta y principios de los ochenta) se produjeron notables avances en la reducción de las desigualdades en nuestra ciudad. Se implantaron políticas educativas inclusivas (LODE), se extendieron los centros de atención primaria, se pusieron en marcha los primeros centros culturales (con Tierno Galván como alcalde a mediados de los años 80), bibliotecas y polideportivos de uso público (el Instituto Municipal de Deportes, que nunca debió desmontarse tras su creación en mayo de 1981) y se multiplicaron los parques y zonas verdes.
Un «ejército» de jóvenes
Seguramente se preguntarán cómo fueron posibles aquellos prodigios, máxime teniendo en cuenta que la situación de partida era bastante complicada e impropia de un país que aspiraba a entrar en Europa. España era un país en plena transición política y social, que no contaba con las infraestructuras y servicios actuales y que todavía se consideraba por la OCDE como «en vías de desarrollo». Un país que hoy sería calificado por cualquier youtuber como «muy cutre».
Las claves del avance social en aquellos tiempos no han sido suficientemente analizadas pero me atrevo a señalar que se produjo una suerte de cooperación público-social forzada por las protestas ciudadanas.
Para el caso de la remodelación de los barrios periféricos de Madrid, la administración aceptó la interlocución ciudadana a través de las asociaciones vecinales que, integradas por las vecinas y los vecinos de los barrios, contaron con la ayuda de numerosos universitarios que se acercaban a las barriadas obreras con el ánimo de ayudar.
Muchos venían a «hacer la revolución» pero, entre tanto, prestaban su asistencia técnica a los barrios. Ese ejército de jóvenes estudiantes de sociología, filosofía y letras, periodismo, arquitectura y derecho laboral, acompañado también de intelectuales como Manuel Castells, Manuela Carmena, Eduardo Leira, José Manuel Bringas, Jesús Gago, Francisca Sauquillo y tantos otros, fueron un revulsivo para los barrios obreros en aquellos tiempos.
Otra de las claves fue el papel desempeñado por una generación de políticos con capacidad para escuchar, dialogar y pactar. Citaré entre los más dialogantes e inteligentes a Joaquín Garrigues, que sacó adelante el Plan de Remodelación de Barrios. También al entonces alcalde de Madrid por designación gubernativa, Juan de Arespacochaga, quien, aunque se hallaba en las antípodas políticas de quien escribe, fue capaz de visitar los barrios más desfavorecidos de Madrid, mancharse de barro, escuchar las críticas vecinales cara a cara e impulsar y canalizar los procesos de mejora urbana en la ciudad. Algunos alcaldes posteriores como Gallardón nunca se dignaron a visitar los barrios pobres de la ciudad.
Otra de las claves de aquella época fue que la innovación en las políticas públicas no estaba constreñida por la normativa. La transición dio lugar a sentencias como la memoria vinculante que, gracias a la labor del profesor García de Enterría, permitió que las vecinas y vecinos fueran tenidos en cuenta en las operaciones urbanísticas efectuadas en sus barrios de residencia. La vida siempre va por delante del derecho, pero en aquellos tiempos el derecho evolucionaba a la par que las políticas públicas.
Llegados a este punto me pregunto cómo es posible que no apliquemos estos aprendizajes a la situación actual de nuestra ciudad, Madrid: la escucha de las administraciones a las demandas vecinales, la gobernanza teniendo en cuenta a los agentes sociales, la capacidad de los políticos para la negociación y el pacto, la implicación de intelectuales y la universidad en la resolución de los problemas sociales y la adaptación de las normas a las nuevas realidades.
De todo esto hablo en un modesto libro, que es la historia de mi vida y de ese Madrid apenas contado. Lo acabo de publicar con ayuda de Javier Leralta y Manuela Carmena y se titula «Orcasitas. Memorias vinculantes de un barrio». Recoge todo lo acontecido en aquellos años prodigiosos y aunque se refiere a un barrio, Orcasitas, creo que puede servir de aprendizaje para todos. Nuestro país y nuestra ciudad necesitan consensos forjados con el impulso de una ciudadanía activa y de unos políticos permeables a las demandas sociales. No perdamos la memoria. Si entonces, en aquellos tiempos salvajes, fuimos capaces de avanzar, ahora no deberíamos renunciar al diálogo.
*Félix López-Rey se define como un vecino comprometido con los barrios desde 1956. En la actualidad es concejal del Ayuntamiento de Madrid por Más Madrid
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