Coronavirus
Los trabajadores sociales, los nuevos «enfermeros» de Madrid
Trabajan todos los días de la semana, triplican jornadas y apenas descansan. En zonas como Villaverde están desbordados, después de que la demanda de petición de alimentos se haya multiplicado por veinte debido a la crisis del Covid-19
Los camiones llegan unos minutos antes de las 11:00 horas a la Plaza de los Pinazo de Villaverde, en los alrededores del Centro Cultural San Cristobal. Proceden de la Escuela de Hostelería de Santa Eugenia, dirigida por el chef José Andrés y su ONG World Central Kitchen. Van cargados de unos 500 menús. Seis voluntarios de la red vecinal de San Cristobal comienzan a bajar las bolsas. Pasta, arroz, pollo, pescado, verdura, siempre una pieza de fruta... Habitualmente no se sirve cerdo, debido a que muchos de las demandantes son de ascendencia árabe. Alrededor de un centenar de personas ya se encuentra a la cola del «food truck», la furgoneta desde la cual los voluntarios comienzan a repartir los «tuppers». Éstos se preocupan de que todo el mundo vaya con mascarilla y de que se cumplan las medidas de distanciamiento en la fila. En ella se encuentran muchas mujeres, que antes trabajaban en servicio doméstico y que desde que estalló la crisis han visto cómo sus ingresos se esfumaban. Si llevan a sus hijos menores, tienen que estar algo más apartados del resto como precaución. Todos tienen su DNI a mano: los trabajadores sociales del distrito les han asignado previamente una ayuda alimentaria de la que ahora dependen para vivir. Son un centenar de solicitantes los que hacen cola, pero podrían ser más. Cincuenta personas se encuentran ahora mismo en lista de espera.
Villaverde es uno de los distritos de Madrid que más está notando la crisis económica, que ya ha tomado el relevo de la crisis sanitaria derivada del coronavirus. Desde mediados de marzo se ha atendido a 2.069 familias y más de 6.600 personas. Solo le superan Latina, con 10.876, Puente de Vallecas, con más de 9.900 y Carabanchel, con cerca de 6.700. En total, entre ayudas alimentarias y/o higiénicas, 80.000 vecinos de la capital se han visto ya socorridos por el Área de Gobierno de Familia, Servicios Sociales y Participación Ciudadana del Ayuntamiento y que dirige Pepe Aniorte.
«Hace un año, la demanda de alimentos en el distrito era testimonial. En lo que respecta a la cobertura de necesidades básicas, el año pasado en este periodo tuvimos 23 demandas; este año, son más de 400. Y si estas alturas de 2019 teníamos abiertos 14 procesos de demanda de alimentos; ahora son 296», explica a LA RAZÓN Teresa Barquilla, jefa del Departamento de Servicios Sociales de Villaverde. Haciendo las cuentas, puede deducirse que la demanda se ha multiplicado por veinte debido a la crisis del Covid-19.
Como ocurre en los distritos antes citados, el de Villaverde es uno de los que suele sufrir mayores problemas socioecómicos. Así, en las colas podemos ver a «familias que ya se encontraban en precariedad y en riesgo de exclusión, pero también un colectivo que nunca antes había acudido a los servicios sociales: el de trabajadores que vivían precariamente, que acaban de perder su trabajo y que ahora necesitan que se cubran sus necesidades básicas», explica Barquilla. Entre ellas destaca el gremio de limpiadoras, y de otras personas que trabajaban en la economía sumergida, así como de inmigrantes sin papeles.
El «food track» de San Cristobal es solo una parte más de la labor que se está llevando a cabo en el distrito. También se ha disparado el envío de cestas de alimentos, pensadas para adultos que viven solos, personas mayores o familias con niños de muy corta edad. Por ejemplo, en una cesta tipo para una familia de dos adultos y dos menores de 0 a 3 años, puede encontrarse leche semidestnada, leche de crecimiento, cereales, papillas, galletas, magdalenas, garbanzos, alubias, legumbres, pasta, tomates fritos, filetes de pavo, pollo, carne picada, pescado, fruta de temporada variada... «¡Muchas gracias por la pizza!», les dijo en una ocasión la hija de un usuario, que quería felicitar personalmente a las trabajadoras por el envío. En la medida de lo posible, se atiende a alergias alimentarias que puedan tener los usuarios. Se envían una o dos veces al mes y están valoradas entre los 150 y 200 euros. Se han hecho entrega de un total de 500 cestas. Y, en líneas generales, se han articulado varios contratos que están posibilitando que se entreguen a domicilio alrededor de 2000 comidas diarias.
El trabajo de los servicios sociales, ya de por sí laborioso, se ha seguido realizando pese a las restricciones sanitarias y el correspondiente distanciamiento social. Para acceder a estas ayudas, explica Barquilla, los trabajadores sociales atienden de forma telemática a las familias, cuya situación se evalúa y se le asigna la prestación que más precisa. Un proceso que antes era casi instantáneo, pero que debido a la avalancha de demandas ahora se demora un poco más. Las familias son valoradas por el equipo de trabajadores sociales, articulando el apoyo más adecuado a cada situación y de manera individualizada. Además de cubrir la necesidad básica de alimento, plantea otros tipos de apoyo que tienen que ver con la inserción laboral, la problemática de vivienda, los problemas convivenciales en el entorno familiar (en muchos casos agravados actualmente por el confinamiento), la atención a la dependencia, etc.
«Llevamos desbordados desde el 20 de marzo, cuando se cerraron los centros de mayores. No estábamos preparados para esto. Ni nosotros, ni ninguna institución pública. Somos 28 trabajadoras. Y asumimos que ahora se tarda más en dar respuesta. Pero estamos aprendiendo un montón», dice Barquilla.
Si cuando estalló la pandemia eran los profesionales sanitarios los que se dejaban la piel para atender a la población, ahora son estos trabajadores los que desarrollan su labor siete días a la semana, sin descanso y sin separarse del ordenador, para que ningún hogar se quede sin ayuda. Están triplicando las jornadas y cada día pueden atender, cada una, entre 15 y 20 casos. «No ha habido ni un solo día en el que no hayamos atendido a gente», explica Mabel Santos, trabajadora Social del Programa de Intervención Comunitaria del Departamento de Servicios Sociales de Villaverde. Una labor que no se podría estar realizando ahora mismo si no hubiera ya «un proceso comunitario funcionando desde hace muchos años» en la zona y gracias a las redes vecinales de voluntarios. “Llevamos trabajando a este gran ritmo desde el principio, en paralelo con Sanidad. No los relevamos ahora, hemos estado ahí desde el principio”, matiza Santos.
Y no hay que olvidar tampoco que los propios beneficiarios también ayudan. «Durante estos días habéis sido mi tabla de salvación», les dijo recientemente una mujer, de ascendencia árabe. «Pero mi situación ha mejorado. Quiero que mi ayuda la aproveche ahora otra familia», les pidió.
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