Barcelona
Queen, entre el karaoke y la monetización del rock
La banda británica, con Brian May y Roger Taylor como supervivientes de la formación original y la voz de Adam Lambert, protagoniza en el Palacio de los Deportes de Madrid un espectáculo que parte de la nostalgia para entregarse al entretenimiento.
La banda británica, con Brian May y Roger Taylor como supervivientes de la formación original y la voz de Adam Lambert, protagoniza en el Palacio de los Deportes de Madrid un espectáculo que parte de la nostalgia para entregarse al entretenimiento.
Vaya por delante que pensar en Queen sin Freddie Mercury se antoja misión imposible, porque con su prematura muerte en 1991 no solo se quedó huérfana la banda nacida a principios de los 70, sino que el rock perdió a una de sus más icónicas figuras. Y sin embargo, este invento de Brian May y Roger Taylor, reclutando a Adam Lambert en sucesivas giras desde hace siete años, funciona mucho mejor de lo que cabría esperar, situándose en un punto intermedio entre la nostalgia, el romanticismo y -para qué negarlo- una versión inequívocamente mercantilista de la industria del rock, lo que no impide que el legado de los autores de «News of the world» -álbum del que se cumplía recientemente su cuadragésimo aniversario, convirtiéndose en la excusa perfecta para este nuevo tour- fuera abordado con escrupuloso respeto a su paso por el WiZink Center de Madrid, con un público que se subió sin dudarlo a un infalible carrusel de éxitos para disipar las dudas desde el primer momento.
Puede que en un principio la elección de Adam Lambert, finalista de «American Idol» en 2009, provocara no pocos recelos, pero el tiempo ha confirmado que el norteamericano encaja con la música y la estética de Queen mucho mejor de lo que hubiésemos llegado a imaginar. Prueba de que ellos mismos se han tomado en serio este experimento es que la puesta en escena fue la de las grandes ocasiones, con un potente diseño de Ric Lipson, conocido por haber trabajado con nombres como U2, Madonna o Pink Floyd. Suenan «Play the game», «Don’t stop me now» o «Another one bites the dust» y la nostalgia va cediendo paso a la celebración, que al fin y al cabo es de lo que va esto: celebrar la música de Queen y hacerlo sin complejos, haciendo bueno aquello de que el show debe continuar. Lambert, con una larga chaqueta de cuero rojo -en la mejor tradición kitsch-, aporta descaro, frescura, desinhibición y una voz bien trabajada que sabe ser poderosa y también elegante cuando toca, mientras la batería de Roger Taylor funciona como un reloj y Brian May -con las guitarras estampadas en la camisa- se reservaba los minutos más emotivos de la noche: primero, tocando con la acústica parte del adagio del «Concierto de Aranjuez» del maestro Joaquín Rodrigo y, a renglón seguido, recordando a Freddie Mercury en «Love of my life». Será que para entonces ya se habían metido al público en el bolsillo, pero lo cierto es que el pellizco emocional, por muy previsible que fuera la jugada, fue de categoría. Después, hasta se marcaría un larguísimo solo de guitarra, muy virtuoso, sí, pero también un tanto innecesario.
No faltaron momentos de velocidad y maneras glam, como también otros de moderada dureza («I want it all»), aunque fueran «I want to break free», «Under pressure» (con David Bowie también en la memoria) o la juguetona «Radio Ga-Ga» las canciones más celebradas, con el Palacio de los Deportes entregado a un masivo karaoke después de que antes Adam Lambert hubiese abordado con «Lucy» la única concesión a su carrera en solitario. «Who wants to live forever», ya en la recta final, permitió recrear esa parte de tragedia que formó parte de Queen y que acabó llevándose a su líder cuando apenas habían empezado los 90.
Ahora, casi tres décadas después, podremos discutir si con esta gira -que hoy recala en Barcelona- estamos ante la «monetización» indiscriminada de sus canciones, un ejercicio de romanticismo o simplemente un tributo ejecutado sin tacha, pero el debate acaba siendo un tema menor cuando aparece el barroquismo de «Bohemian rhapsody» para confirmar que la franquicia funciona con absoluta solvencia, mientras los brillos de Lambert se desplazan de lado a lado del escenario antes de rematar con «We are the champions», precisamente la canción que el cantante norteamericano interpretó en las sesiones finales del «talent show» que le lanzó a la fama.
Finalizado el concierto era inevitable hablar otra vez de Freddie Mercury, pero sería injusto obviar que las luces se apagaron después de un espectáculo que hizo del simulacro un puro entretenimiento.
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