Roma
Paloma Gómez Borrero, la mujer que contaba Papas
Desde Pablo VI nos ha informado de lo que se podía informar del Vaticano. Sigue dispuesta a perseguir al Papa Francisco en sus viajes mundanos
La televisión puso a una madre española en el Vaticano cuando mandó a esta señora a Roma. Eran los tiempos de Pablo VI, que un nombre con número romano hace notar cómo carcome el tiempo, incluso en la incólume catedral de Pedro. La hemos visto dando primicias desde las inmediaciones del Espíritu Santo, sosegada y risueña, como si antes de la crónica ya le hubiera dado de cenar a los niños.
Aquí nos contaron el fútbol y los toros con la voz única y determinada de Matías Prats; y luego, en otro tiempo, ya más diverso, lo que aprendía la gente de Juan Pablo II, lo sabía según Paloma, largando por la tele sus propios versículos. Así se hizo parte de nuestras costumbres de salita y así la recordamos. Podríamos decir, incluso los que no la quieren, que con ella nos hemos hecho más viejos. Se le murieron tres Papas, se ha ido otro antes de llegar su hora y lo que allí pase ya nos lo cuentan entre varios periodistas de pelaje internacional, roto el monopolio sentimental de la información celeste.
Cuando ella llegó, nos dice, los corresponsales cabían en la bocamanga de Carlomagno y estos días de ajetreo hay hasta 5.000, muchos vaticanistas súbitos. Al nuevo Papa lo contarán entre varios, pero su sombra se ha proyectado incluso en el nombre de la sucesora en la corresponsalía de la Cope. En ese puesto se ha pasado de Paloma Gómez Borrero a Paloma García Ovejero, apuntalando el rebaño del señor. «Con el latín me quedé en 'rosa, rosae'. Por eso cuando Benedicto XVI anunció su renuncia sólo se entero Giovanna Chirri, que tiene matrícula de honor en la materia», comenta sin darse ningún pisto.
Ella, y su estilo de familia de orden, es el opuesto al periodista hemingwayano que cuenta la guerra en la trinchera desde la habitación de hotel y con un botellero de güisqui bajo los pies. La compañera que escribe para La Gaceta y rinde en 13TV, lleva en una mano el rosario, pero en la otra la libreta. De según qué secretos sabe más una mamá que un confesor y a algún cardenal hay que saber ganárselo en la cocina, con recetas y una frasca de vino tinto.
Esmerada y generosa, creyendo en los fantasmas, se equivocó con las posibilidades de Juan Pablo I, al que no dio oportunidades antes del cónclave en la sede vacante. «Lo descarté incluso para entrevistarle porque no hablaba español y para una conexión de unos minutos siempre queda mal la traducción simultánea. Incluso el mecánico donde yo llevaba el coche me dijo que el cardenal Luciani, el futuro Papa, había venido a dejar el coche y se movía como un pontífice. No le hice caso ni al mecánico». Aquél duró unas semanas y la apuesta fallada parece que cuenta menos. Al cambio, la premiaron con un bono para hacer todos los viajes papales de «Huracán Wojtyla» y su sucesor. Le gusta contar que de tanto seguir los pasos del Pescador, habría llegado varias veces a la luna. Se ha interesado por los interiores de la curia y nos ha contado a nuestro estilo pequeñas historias de soledad y bóvedas renacentistas: «Pio XII –comenta– comía siempre solo, con la única compañía del Espíritu Santo y sus dos canarios, Hansel y Gretel».
Rafael Alberti, que era un chamarilero de Campo de Fioiri, escribió unos versitos para todos aquéllos que tenían que dejar el centro del imperio detrás: «Cuándo me vaya de Roma/¿quién se acordará de mí?/Pregunten al gato,/ pregunten al perro,/y al roto zapato./ Al farol perdido,/al caballo muerto,/y al balcón herido./ Al viento que pasa,/al portón oscuro/que no tiene casa./Y al agua corriente/que escribe mi nombre/debajo del puente./Cuando me vaya de Roma/pregunten a ellos por mí». La memoria es un nombre en el agua. Por eso, Paloma Gómez Borrero sigue allí, entre cúpulas y comida italiana, averiguando de qué número serán las sandalias del Pescador. Por decir algo de su resistencia, ha visto, porque ya llevaba muchos años, hasta la jubilación anticipada de Benedicto.
Ficha de contexto
Aplica la generosidad sin agravios, predica y da trigo. «Si necesitas un piso en Roma, llama a Paloma». Sin saber quién es el que firma estas líneas, y sólo por recomendaciones de otros periodistas, buscó y encontró dos viviendas en alquiler y a buen precio: un viejo ático con azotea en vía Augusto Riboti en el 2000 y un pequeño piso de techos altos a final de Vía Ostiense, 10 años después. A día de hoy sigue sin saberlo. Está acreditada su disposición a la ayuda, uno de sus dones. Con ella nunca hemos sabido si trabajaba en Italia y vivía en España; si cuando se trababa de volver, volvía a Madrid o regresaba a Roma. En uno de estos viajes de ida y vuelta, la entrevistamos cuando presentaba en 1998, «Los fantasmas de Roma». Entró en los estudios de Radio España con esa edad tan suya que parece que siempre ha sido la misma edad. Ha sido corresponsal y embajada a un tiempo. Trabaja en un «instant-book» sobre los Papas que ya incluirá a Francisco.
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