Parlamento Regional
Constituido
Las clases de latín han paseado por buena parte de la geografía andaluza a Antonio Maíllo, que tiene plaza fija en un instituto de Aracena y fue concejal en ese pago de la serranía onubense. No por ello, desde luego, se ha mimetizado con los jabalíes que pueblan la comarca, pese a lo cual quiso constituirse en tal durante la sesión constituyente de la XI Legislatura regional; acaso llega a cisne cabreado, con ese porte elegante y esa dicción profesoral que gasta. Quiso el comunismo, primero, soplar y sorber con su presencia cuántica (estar pero no estar a un tiempo) en la mesa para embarcarse luego en un barullo procedimental mediante el que pretendía avergonzar a Vox, un grupo tan desacomplejado que juró la observancia de la normativa «por España»: cien mil votos, tirando por lo bajo, debieron sumar con esa sencilla fórmula. Para colmo, su líder se plantó en la cámara con una corbata morada, tonalidad 8M según el pantone social, con la que Francisco Serrano pretendería, quién sabe, reiterar su voluntad de derogación de las leyes de género, al menos del aspecto más discriminatorio de las mismas. La presidenta circunstancial, Marisa Bustinduy, confirió dignidad a la sesión y hasta puso una nota de humor al reivindicarse «no tan vieja», al tiempo que alababa a sus dos acompañantes, los dos electos más jóvenes. Se coló, porque un vistazo a María Márquez (PSOE) y a Rafael Caracuel (PP), y otro a sus currículums, permite aventurar que pasaron más tiempo, respectivamente, en la peluquería y el gimnasio que dotándose de herramientas intelectuales para el desempeño de sus cargos. O, a lo peor, en estos dos partidos sigue valiendo más un navajazo en un pasillo que una decena de miles de horas de cotización a la Seguridad Social. Díaz y Moreno, sus jefes, los han aconsejado bien.