Moda
La izquierda acosa al emperador del lujo
El documental «¡Gracias, jefe!», que se convirtió en Francia en estandarte del movimiento en contra de la reforma laboral, llega a España el 4 de noviembre. Su director intenta destapar algunos de los secretos del éxito de Bernard Arnault, dueño de LVMH, el mayor grupo de lujo del mundo
El documental «¡Gracias, jefe!», que se convirtió en Francia en estandarte del movimiento en contra de la reforma laboral, llega a España el 4 de noviembre
«No estamos sólo contra la reforma laboral, sino contra su mundo, uno en el que los trabajadores viven bajo el miedo y el poder de un jefe que tiene en sus manos su supervivencia misma». Así se expresaba el pasado abril el economista francés Frédéric Lordon, una de las figuras principales de la NuitDebout (la noche de pie), el movimiento que tomó las calles de las principales ciudades de Francia en protesta contra la reforma laboral impulsada por el primer ministro, Manuel Valls.
En París, en la plaza de la República, se reunieron durante meses miles de personas para debatir en asambleas multitudinarias, como en la que habló aquel día Lordon. Una de aquellas largas noches se presentó allí el documental «¡Gracias, jefe!», dirigido y protagonizado por François Ruffin, el siempre irónico fundador de «Fakir», una revista humorista de izquierdas. En él, el periodista intenta desvelar las que considera las prácticas amorales con las que, según él, Bernard Arnault, dueño y CEO de LVMH, habría llegado a la cima del mundo del lujo: desde despidos masivos, pasando por la deslocalización de sus fábricas, hasta pagos en negro a ex trabajadores que amenazan con hacer público el trato recibido por parte de sus empresas. Ruffin presenta, justamente, esa imagen del jefe todopoderoso a la que se refiere Lordon, ante el cual los empleados se sienten indefensos; de ahí, el irónico titular.
Con un valor neto que «Forbes» estima en 34 mil millones de euros, Bernard Arnault es la segunda fortuna de Francia. El grupo que lidera, LVMH, aglutina decenas de las marcas de lujo más importantes del mundo, entre ellas Dior, Givenchy, Céline, Kenzo, Fendi, Marc Jacobs y la española Loewe. Pero el imperio no se circunscribe a la moda, sino que también tiene importantes inversiones en los sectores de bebidas espirituosas –como Moët & Chandon, Krug, Veuve Clicquot–, perfumes, cosméticos, relojes y joyería.
La «mentira original»
El éxito de este hombre de provincias convertido en magnate de los negocios es indiscutible, pero, según Ruffin, está basado en «una mentira original». «La cuna de su fortuna es un pequeño pueblo, Flixecourt, ubicado a dos pasos de Amiens (donde vive Ruffin). Cuando yo era pequeño, atravesaba el pueblo de camino a casa de mi abuela, que vivía en Pas-de-Calais. Más tarde, ejerciendo mi profesión de periodista, descubrí la tasa de pobreza de la zona, la historia de Boussac Saint-Frère y la mentira original de Bernard Arnault», explica Ruffin.
El periodista se refiere a la compra de la empresa textil por parte de Arnault en 1984, cuando entró de lleno en el mundo del lujo tras pasar años trabajando junto a su padre en el sector inmobiliario. Hasta 1969, Boussac Saint-Frère había sido un negocio lucrativo, pero en los 80 amenazaba con quebrar. Arnault fue lo suficientemente astuto como para aprovecharse de ello, a sabiendas de que Dior era una de las marcas que conformaban el grupo. Tres años después, creó LVMH. La mentira, sin embargo, está en que «él compró la empresa y prometió conservar los empleos. En cambio, despidió a todo el mundo. Sobre este embuste ha fundado su riqueza y, sin embargo, le concedemos todos los honores: los del arte, de la cultura y del poder. Habría, por tanto, que recordar sus orígenes, conservar otro recuerdo de él», insiste Ruffin.
En realidad, Arnault no se deshizo ni de cerca de todos los empleados, pero tras la compra y los subsiguientes cambios que impulsó para salvar la compañía de la bancarrota, miles de personas perdieron sus trabajos. Tres años después de que se adueñara de Boussac Saint-Frère, «Libération» publicaba las cifras definitivas: de los 16.000 empleados que tenía el grupo, quedaban 8.700, en vez de los 12.200 que Arnault había prometido mantener.
«En mi grupo producimos en Francia. Louis Vuitton no fabricará jamás de manera deslocalizada», asegura Bernard Arnault en una entrevista que Ruffin recoge en su documental. Sin embargo, de las fábricas de Flixecourt, donde se producía ropa antes de que LVMH comprara Boussac Saint-Frère, sólo quedan unos viejos edificios abandonados que Ruffin recorre en el documental. El periodista también visita Kenzo, una de las casas de moda de LVMH, para averiguar dónde se producen sus trajes: «Depende, tenemos fábricas en China, Madagascar...», le contesta un empleado. En un reportaje de «France 2», Ruffin encuentra una respuesta más definitiva: según el canal de televisión,la mayor parte de la ropa de este imperio del lujo se produce en Bulgaria a un precio mucho más bajo que en Francia.
Sin embargo, si bien es cierto que Kenzo y Givenchy producen fuera del país, otras marcas importantes del grupo, como Guerlain, tienen sus fábricas en Francia desde hace décadas. Guerlain es parte esencial del llamado Cosmetic Valley y produce sus perfumes y cosméticos en Chartres desde 1973, además de haber inaugurado el año pasado una nueva base de producción local, llamada La Ruche, en la que emplean a 350 personas. Todas sus bebidas, que representan una parte primordial del negocio, son también producidas en Francia, desde las regiones de Cognac hasta Hautvillers.
Serge y Jocelyne Klur son presentados por Ruffin como un ejemplo de las consecuencias de la deslocalización, una práctica de la que, por lo demás, casi todos los grandes grupos hacen uso. Ambos trabajaban para Ecce –que según Ruffin es una filial del grupo del que Arnault es dueño– en la sucursal de Poix-du-Nord, pero perdieron su trabajo tras el cierre de la fábrica y pasaron cuatro años desempleados. En el documental, Ruffin trama una manera de obtener venganza por el despido abrupto de los Klur –obligándoles a «enfrentarse a su enemigo», en sus palabras, e incluso a recurrir al chantaje– y de devolverles la estabilidad. Según él mismo dice, intenta ejercer de Robin Hood del siglo XXI: quitando el dinero a los ricos y devolviéndolo a los pobres. Sin sacar las cuentas de manera objetiva, sino improvisadamente y entre risas, Ruffin y los Klur piden a LVMH 35.000 euros en compensación por la pérdida de sus puestos de trabajo.
27.000 puestos de trabajo
Desde el grupo no han reaccionado al documental ni a su repercusión. Al contactarles, desde su departamento de comunicación insistieron en que ni la empresa ni el señor Arnault tienen una posición oficial al respecto. Sin embargo, no se trata de falta de interés, sino más probablemente de la tranquilidad que debe otorgarles el hecho de que Ecce, el ex empleador de los Klur, no es realmente una filial de LVMH, sino una empresa que fue subcontratada para producir la ropa de Givenchy y Kenzo, principalmente. Por tanto, las decisiones de reducción de personal no estaban bajo su control.
Una persona de su departamento de comunicación, que prefirió permanecer anónima y que insiste en que no representa la opinión de la empresa sino la suya propia, afirma que «cuando se creó LVMH, era una empresa de 20.000 personas. A día de hoy, el grupo da trabajo a más de 120.000 y, en su mayoría, se trata de franceses. Luego, hay casos individuales, pero en términos de balance social, la industria del lujo no tiene nada de lo que avergonzarse». Ciertamente, el sector representa el 1,7 por ciento del PIB francés, un porcentaje mayor al de la industria automovilística y la aeronáutica combinadas, y emplea a 580.000 personas de manera directa. Solamente en 2015, LVMH ha creado 27.927 nuevos puestos de trabajo.
Todas las artimañas de Ruffin en el documental están envueltas en un tono de burla e ironía que fue parte de la clave de su éxito. Ataviado con una camiseta y una gorra en las que se puede leer «I love Bernard Arnault», ejerce de narrador de la historia de los Klur y de «cerebro» detrás de su venganza. «Lo hemos intentado todo: ser lamentables, ser indignados; eso no le interesa a nadie. Entonces, probé con algo novedoso y poco común en la izquierda crítica: ser divertido», explica Ruffin.
El clima de descontento que se vivía en Francia a causa de la reforma laboral ayudó a multiplicar el impacto del documental, pero Arnault se mantiene apacible. Como dice el periodista:«LVMH es un imperio demasiado potente como para inquietarse por una pequeñez como este filme. Pero una piedra en el zapato, por más pequeña que sea, te puede molestar mucho». Después de su éxito en Francia, «¡Gracias, jefe!» se estrena en España el 4 de noviembre.
Un hombre discreto y familiar
A pesar de ser el jefe de las caras más conocidas de la moda,desde Riccardo Tisci, de Givenchy, hasta Marc Jacobs, Bernard Arnault, de 67 años, ha logrado mantener su vida privada fuera de los titulares. Aunque muchos lo describen como frío y distante, este magnate es también un apasionado del piano, instrumento que toca con destreza desde los 12 años, y de la cultura en general. Por eso, impulsó personalmente la creación de la Fundación Louis Vuitton, un edificio diseñado por Frank Gehry en el que se puede visitar una colección permanente de arte contemporáneo –conformada en gran parte por donaciones hechas por Arnault– y donde se realizan numerosas actividades culturales. El magnate, además, es un hombre de familia; tiene como norma no llegar a casa después de las 20:30 e intenta disfrutar de los fines de semana junto a sus cinco hijos. Delphine y Antoine, los dos mayores, de 41 y 39 años respectivamente, ya tienen cargos importantes dentro de LVMH. Ella es directora general adjunta de Louis Vuitton, después de pasar por Loewe y Dior, y él, jefe ejecutivo de Berlutti, además de presidente de Loro Piano. Antoine tiene dos hijos, Maxim, de dos años, y Roman, que nació en junio, con la modelo Natalia Vodianova. Alexandre, de 23 años, Frédéric, de 21, y Jean, de 17, son los hijos de Arnaut con su segunda esposa (ambos, en la imagen), la pianista Hèlene Mercier, con la que está casado desde 1991. Los tres están involucrados en los negocios de su padre a pesar de su juventud, aunque Arnault se ha asegurado de que no descuiden sus estudios, que los dos mayores cursan en ingeniería.
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