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Vicente Cebrián: «Hay que acercar a los jóvenes al vino, aunque sea con gaseosa»
Aristócrata por partida doble, tiene el privilegio de que su caldo no solo se haya bebido en la final de la Champions de Cardiff o en el Open de Tenis de Madrid, sino que también haya cautivado los paladares regios, desde Isabel II a los actuales monarcas
Aristócrata por partida doble, tiene el privilegio de que su caldo no solo se haya bebido en la final de la Champions de Cardiff o en el Open de Tenis de Madrid, sino que también haya cautivado los paladares regios, desde Isabel II a los actuales monarcas.
El bodeguero Vicente Dalmau Cebrián-Sagarriga es aristócrata por partida doble: es Conde de Creixell y Barón de la Pobadilla. Un madrileño con sangre gallega, lleva la nobleza de un condado catalán y de una baronía turolense. Rompe casi todas las costumbres de la alta sociedad. Es colchonero, le apasiona trabajar y siempre ha sido su propio jefe, lo cual no le impide preocuparse de ser un líder bueno para sus 80 empleados. El 70 por ciento de sus vinos se venden por 100 países de todo el mundo. Los tintos, blancos y rosados se producen en las bodegas Marqués de Murrieta con las uvas de los viñedos riojanos que rodean el Castillo de Ygay, al tiempo que el albariño sale del Pazo de Barrantes en las Rías Bajas gallegas. Dalmau estudió en un colegio inglés y se licenció en Ciencias Empresariales y Derecho por la Universidad de Navarra. Su vino se bebió en la final de la Champions en la ciudad de Cardiff, en el Open de Tenis de Madrid y en la Fórmula 1.
–¿Aficiones?
–Trabajar. En verano busco ratos para navegar y en invierno para la caza menor, siempre que sea compartida con amigos. Desde hace un tiempo ya no viajo únicamente por motivos laborales, también lo hago con un fin gastronómico. Tengo una pasión que es comer y beber y, además, practico mucho ejercicio físico para poder hacerlo.
–¿Cuando ve a alguien bebiendo su vino se levanta y le abraza?
–Me hace una ilusión tremenda. Primero, porque el restaurante haya confiado en mis vinos y después siento una tensión importante hasta que se abre el corcho, lo prueban y les gusta. Cuando eso ocurre, inmediatamente me voy a saludarles y me presento, pero aún no he llegado a abrazar a nadie.
–¿Los bodegueros españoles hacen marca juntos en el extranjero?
–No lo digo con alegría, pero no, lo cierto es que no. Deberíamos salir unidos al exterior a competir para enriquecer nuestro país. Cada uno hacemos nuestra guerra. Es una pena cuando ves a algunos que unifican estrategias comerciales bajo la misma marca de país. Si fuéramos juntos sería más fácil. Desde Marca España no se ha realizado la mejor de las labores en este sentido.
–¿Sus títulos no los usa como marca para sus vinos?
–Los títulos me acompañan, pero no los utilizo como arma para nada. En primer lugar soy Vicente Cebrián y es cierto que, por rama paterna, tengo los títulos de Conde de Creixell y Barón de la Pobadilla. ¿Qué significa para mí? Que hace siglos un antepasado mío hizo algo importante por España y recibió como reconocimiento un título. Me exige responsabilidad, aunque lo cierto es que estoy muy alejado del dicho «vives mejor que un marqués».
–La nobleza consideró ordinario trabajar. Usted no hace honor...
–Si fuese así, posiblemente sería el hombre más ordinario del mundo. Mi padre me puso con 15 años, acabé la carrera universitaria con 23 y a los 24 tuve que estar al frente de sus negocios porque murió muy joven, con 47 años. Toda mi vida me he dedicado a generar valor añadido. En España hay una cantidad de activos únicos: sol, vino, jamón, aceite, gastronomía, cultura... Si todos, nobles y no nobles, nos dedicáramos a generar ese valor, este país sería un gran líder mundial.
–¿Trabaja hasta dormido?
–Trabajo 24 horas, pero es mi pasión. Si hoy estamos donde estamos, simplemente es fruto de haber tenido un sueño y eso es algo que vivimos diariamente. Yo hasta sueño a dónde quiero llegar.
–¿Se vengaba de su padre bebiendo cerveza?
–Jamás he sido rencoroso y, aunque estuve obligado a trabajar desde muy joven, nunca le contesté. De hecho, cuando él falleció agradecí todo lo que había aprendido. La muerte de mi padre me generó un vacio personal y profesional enorme porque me quedé arriba yo solo.
–¿Por qué le hicieron ponerse a trabajar con 15 años cuando no lo necesitaba?
–Empecé obligado por mi padre. Toda mi familia paterna murió en un accidente cuando él tenía 16 años y yo creo que me quería preparar por si acaso. Tengo tres hermanas pequeñas. Pienso que mi padre se obsesionó conmigo y por eso me obligó a trabajar y a estudiar. A su vez, él me obsesionó a mí con que tenía que ser el número uno. Cuando falleció podíamos haber optado por el camino más fácil, que era vender y haber vivido de las rentas el resto de nuestra vida, pero decidimos hacer lo contrario, es decir, demostrarle que todo el esfuerzo que él había hecho durante toda su vida yo lo podía sacar adelante. Me obcequé en el propósito. Mi vida ha sido el vino, las fincas y mi familia. Todo esto es un plan de una madre y sus cuatro hijos. Nos hemos convertido en una piña.
–¿Quién será su delfín?
–Por ahora es Flipper...Todavía no tengo delfines, aunque espero tenerlos algún día, pronto. De momento tengo cuatro «flippers» y una «flippera», que son mis sobrinos, aunque a mí me gustaría aportar alguno.
–¿Qué tal es un jefe alguien que nunca ha tenido «jefe»?
–Serlo no es nada fácil. Es un don que te dan, porque no todo el mundo posee esa capacidad. Yo me preocupo diariamente por el hecho de que todo el equipo humano que trabaja conmigo tenga una imagen mía buena, en todos los sentidos. Soy el primero que llega y el último que se marcha, y saben que estoy dedicado en cuerpo y alma a la empresa. Y con ello me refiero también a ellos, es decir, me preocupo por dar de comer a mi familia, pero también a la de los empleados. Con el ejemplo diario y sabiendo todos que he venido desde muy abajo, intento que todo el mundo aporte y estén felices trabajando. Lidero el proyecto de las bodegas, pero esto lo hacemos entre todos.
–Sigue rompiendo tópicos aristócratas. No habla de dinero, pero les preocupa no tener «cash»
–Como siga así me van a echar de la Diputación de la Grandeza, (risas). Jamás he hecho nada por dinero. Lo toco para crear nuevos proyectos, pero no me obsesiona. Todo lo invierto en las bodegas.
–Su bodega de La Rioja ha sido la obra de El Escorial y con final regio
–No lo dudes, aunque hasta 2020 no la terminaremos con un proyecto de enoturismo. Que Don Juan Carlos viniese a inaugurar las instalaciones de Murrieta fue más que un honor porque sucedió en un momento muy importante para mi familia. Desde 1852 guardamos botellas de cada añada. El Rey Emérito firmó en el nicho de 1938, que es su año de nacimiento, y abrimos una botella durante la comida con toda la familia. He de decir que el vino estaba perfecto. También abrimos otra de 1968, en honor al año de nacimiento de su hijo Don Felipe, y también estaba espectacular. Para nosotros fue un gran día.
–¿A cuántos reyes ha dado de beber?
–Hemos sido los vinos de los premios Nobel en Suecia, así que los reyes suecos han bebido nuestro Rioja. También el rey Harald de Noruega y los ingleses los han podido probar, porque compartí unos días de caza con el príncipe Enrique y me lo confirmó. Y, por supuesto, nuestros Reyes, desde Isabel II y Alfonso XIII a Don Juan de Borbón y los monarcas actuales.
–Me invita a comer y abre un Castillo de Igay de 2007 y yo lo mezclo con gaseosa. ¿Se levanta y se va?
–Eso no lo haría jamás, aunque sí te comentaría algo como: «Qué maravilloso tinto de verano acabas de hacer con ese excelente vino, así te sabrá mejor». Pero sí me daría lástima que no pudieras apreciar la calidad de un vino excelente diluido en gaseosa. Debemos lograr atraer a la gente joven hacia esta cultura del vino porque somos el mayor viñedo del mundo y contamos con una cultura milenaria vinícola, y si es con gaseosa pues que así sea, aunque no seré yo quien propicie, desde luego, tal mezcla.
–Rompe otro molde aristócrata porque es colchonero...
–Soy del Atlético porque su cultura se parece más a la mía, esa lucha continua y el optimismo sin descanso. Al Real Madrid lo respeto profundamente, pero lo que recibo en el Vicente Calderón no lo recibo en el Bernabéu.
–¿Un lugar ideal para veranear?
–Galicia, que es donde llevo veraneando toda mi vida, en el Pazo Barrantes. Concretamente, en las Rías Bajas, un lugar en el que existe hay un microclima que resulta perfecto en los días de verano.
–¿En su familia a los nuevos miembros les «bañan» en vino?
–Yo lo hago con mis sobrinos. Cuando eran pequeños les mojaba el dedo en vino y lo probaban, con el consiguiente enfado de todas mis hermanas. Hace 16 años estuvo en España el Premio Nobel de Medicina Robert Guillemin y pidió conocer Murrieta. Le recibimos en la bodega y le regalamos una botella. Al cabo de unos años nos envió una carta contándonos que la había abierto a raíz del nacimiento de su primer nieto y que nada más nacer le mojó el dedo en el vino para dárselo a probar.
–Usted es un impulsor del buen rollo porque lo que hace sirve para festejar, para celebrar y para brindar.
–Estamos en momentos clave para las personas y, además, favorecemos la comunicación con un elemento que es neutral. Cuando llega la Navidad, por ejemplo, siempre regalo vino porque todo el mundo lo necesita y, con moderación, es un producto sanísimo.
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