Tom Cruise
A Tom Cruise se le aparece el fundador de la Cienciología
Un libro escrito por la actriz Leah Remini destapa de nuevo la relación tóxica del actor con la secta de Ron Hubbard
Leah Remini, actriz, que salió en «Salvados por la campana» y «Cheers», ha publicado un libro, «Troublemaker: surviving Hollywood and Scientology», sobre sus treinta y cuatro años en la Cienciología. La señora Remini atiza a Tom Cruise, gran cruzado de la causa. Las anécdotas son tremebundas, aunque tampoco tiene mérito. Cruise se atiza él mismo cada vez que alaba una religión que en Francia, por ejemplo, ha sido catalogada como secta. No en España, y qué bochorno. Aunque, ay, nosotros somos millonarios en entes paranormales perfectamente homologados: así las declaraciones de los campeones del independentismo o el puente aéreo Barcelona-Andorra del clan Pujol.
A lo que íbamos. Remini dispara a quemarropa contra un Tom Cruise que la invitó a jugar al escondite en casa de Will Smith. Descontada la regresión a los cinco años impresiona más saber que los hijos adoptados por Cruise y su ex esposa, Nicole Kidman, no hablan con su madre. Al menos eso explica Remini y secunda el documental de la HBO «Going clear: Scientology and the prisión of belief». El culto habría declarado persona non grata a la actriz. Su caída implicaría una desconexión absoluta con los miembros de su familia que permanecen en la Cienciología. Hablando de la hija de Cruise/Kidman, Remini recuerda el día, con ocasión de la boda de Tom con la actriz Katie Holmes, en que escuchó llorar a un bebé y supuestamente la encontró tirada en el suelo de un baño. Se trataba de la hija de Cruise. La rodeaban la hermana del actor y otras dos mujeres. Lejos de consolarla le hablaban como si fuera una adulta. Parecían convencidas, según Remini, de que un ser, quien sabe si L. Ron Hubbard, fundador de la Cienciología, estaba allí. Empiezas por limpiar tu mente de males y al poco caminas sonámbulo por jardines de místicas enredaderas y otros estupendos laberintos de probada capacidad narcótica.
. Líos con el fisco
La Cienciología fue creada en 1952 por un escritor de ciencia ficción, L. Ron Hubbard. Como el rollo de la autoayuda no era suficiente a efectos crematísticos, dobló su apuesta. Con voz de gurú flipado por los arcanos de la existencia pontificó sobre viajes interestelares, bombas de hidrógeno y extraterrestres que habitan una suerte de limbo y penetran en el interior de los humanos cuando nacemos. No lo cuento yo, sino cienciólogos que abandonaron, como el director de cine Paul Haggis. Para acceder a esos secretos necesitas superar mil y un cursos... pagando, a ver. Hubbard se metió en líos con el fisco estadounidense, el temido IRS. Cuando murió, en 1986, la organización nadaba en millones y, sin embargo, debía tanto a Hacienda que amenazaba bancarrota. ¿Solución? Que la Cienciología fuera reconocida como entidad religiosa, esto es, blindada por la Constitución de EE UU y, ajá, eximida del pago de impuestos. Tras una guerra contra el IRS que según «Going clear: Scientology and the prison of belief» incluyó el acoso a decenas de inspectores fiscales, fue declarada culto religioso en EE UU.
«Mi concepto favorito de la Cienciología tiene que ver con un mundo sin criminales, guerras y locura», comentó hace años John Travolta, ilustre cienciólogo, con la expresión de una oveja que regurgita brotes. Sostiene el documental de la HBO, cuyos autores, dicho sea de paso, contaron con el asesoramiento de 160 abogados, que la Cienciología acumula pilas de confesiones íntimas de los adeptos. Son cosechadas mediante las innumerables entrevistas personales en las que uno navega en busca de sus rincones oscuros. Insinúan que lo que la Iglesia sabe de Travolta torpedearía su carrera. Esa hipotética batería de vergüenzas no sería necesaria con Cruise, feliz de haberse conocido. Basta con contemplar la ceremonia en la que David Miscavige, heredero de Hubbard y líder actual del culto, le entrega la Freedom Medal of Valor. Un premio creado por la organización. Cruise sonríe como si hubiera recibido el Nobel de Física y uno no puede sino pasmarse ante la condición humana. La triste digestión que siempre procura contemplar el narcisismo en estampida.
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